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Por Oscar Taffetani
(APE).- En 1974, al lanzar desde Bucarest el Plan de Acción Mundial sobre Población, los 135 países que por entonces integraban la ONU se propusieron “reducir las grandes corrientes actuales de emigración hacia las capitales y centros urbanos; promover centros urbanos de tamaño medio y reducir las desigualdades regionales entre zonas rurales y urbanas”.
Diez años después, las ciudades con más de cinco millones de habitantes habían aumentado en el planeta, hasta llegar a 34. Se hacía presente la temible megalópolis profetizada por los urbanistas.
Actualmente -es decir, a más de 30 años de la puesta en marcha de aquel Plan- ya son 61 las megalópolis del planeta. Veintitrés de ellas, superan los diez millones de habitantes. Y cinco ya tienen más de veinte millones.
El mundo se acerca, aunque parezca delirante, hacia una posibilidad imaginada hace medio siglo por el urbanista griego Constantinos Doxiadis: la Ecumenópolis.
Ecumenópolis es una sola gran ciudad, una ciudad universal, extendida en conurbaciones y conurbaciones, ocupando la totalidad de la superficie terrestre.
Allí, los continentes vienen a ser grandes barrios, subdivididos en otros más pequeños (llamados países), a su vez subdivididos en provincias, en distritos...
Algo alucinante, digno de las dystopías que nos regalaron George Orwell y Ray Bradbury.
Pero la mala noticia que nos trae el IV Foro Mundial del Agua, reunido en estos días en la ciudad de México, bajo los auspicios de la ONU, es que Ecumenópolis ya llegó.
Es una enorme colmena humana que crece junto a los litorales marítimos y fluviales, bordeando la tierra cultivable, los desiertos y unas pequeñas manchas de verde intenso, llamadas bosques.
Crecimiento vs. Desarrollo
Quienes no somos expertos en economía, tendemos a mirar con esperanzas esos dígitos sobre el “crecimiento económico” que escupen diariamente ciertas oficinas de estadísticas y censos.
Entusiastas funcionarios hablan del formidable “ritmo de crecimiento” de la Argentina, expresado en un porcentaje del PBI.
Celebran la “salud” de la economía. Se erotizan con el “superávit fiscal”.
No hablan, claro, de los decrecientes índices de desarrollo humano, de la disparidad cada vez mayor en el acceso a los bienes materiales y culturales.
Es que los números del crecimiento no son (nunca lo han sido) los números de la justicia, los de una mejor distribución de la riqueza, los del pan para todos y la escuela para todos. No. Los números del crecimiento son números para pocos.
Por esa razón -sencilla, contundente- fracasó el Plan de Acción Mundial sobre Población pergeñado en Bucarest, con algunas esperanzas, hace más de treinta años.
Dice el último informe de la ONU sobre Recursos Hídricos, a presentarse este miércoles 22 en el Foro de México, que 1.100 millones de personas -es decir, uno de cada cinco habitantes del planeta- no tienen acceso al agua potable.
Dice también que 2.600 millones -es decir, el 40 por ciento de la población mundial- carece de instalaciones sanitarias básicas.
“En 2002, las enfermedades diarreicas y el paludismo acabaron con la vida de 3.100.000 seres humanos”.
“El 90 por ciento de los fallecidos ese año -consigna el informe, con frialdad espeluznante- fueron niños menores de cinco años”.
“En 2007 (es decir, cuando deba elaborarse un nuevo informe) la mitad de la humanidad vivirá en ciudades y metrópolis”.
“Para 2030, esa proporción alcanzará los dos tercios, lo cual provocará un aumento espectacular de la demanda de agua en las zonas urbanas...”
¿Qué pasará cuando crezca la demanda de agua -nos preguntamos- si la distribución de los recursos sigue siendo tan injusta y desigual?
¿Será decretado el fin de la ONU?
¿Se prohibirá la redacción de informes?
¿Inéditas guerras del agua sacudirán a Ecumenópolis?
Ah, quisiéramos dejar volar nuestra mente, como aquellos maestros de la ciencia ficción y la fantasía literaria. Pero el futuro ya está aquí, con datos que duelen y no nos dejan soñar.
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