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Por Alberto Morlachetti
(APe).- En 1973, cuando comenzaba a resquebrajarse el Estado de bienestar, Albert Hirschman se preguntaba en qué condiciones la gente tolera una inequidad creciente, y cómo debían contabilizarse las esperanzas y sentimientos en las ecuaciones económicas.
La sociedad -toda sociedad- se instituye creando su propio mundo de valores. Una categorización del mundo, una estética y una lógica. Y vivimos una sociedad donde el hombre asiste a la “destrucción de su vínculo privilegiado con lo que lo constituye como humano”. Una sociabilidad donde lo que se pone en entredicho -escribe Agamben- “es la humanidad misma del hombre”. Tal vez en el porvenir -cuando el hambre sea vencido- los nuevos seres nos mirarán como las últimas criaturas humanas que fuimos incapaces de amar a nuestros niños y llorarán de nostalgia sobre nuestras imágenes a causa de este “esplendor”.
Según el Diario Clarín (05-03-06) el Ministro de Salud de la República Gines González García destacaba que la desnutrición aguda era del 1.2 por ciento y se encontraba dentro de los parámetros normales y que la obesidad -el 10 por ciento- sería el mayor problema en los niños de 6 meses hasta 5 años de acuerdo a una encuesta oficial. Manifestando que la desnutrición sigue teniendo su “impacto moral”, pero la encuesta ahora “nos señala las tragedias del futuro”. Lo que el Ministro no dice -flameando la bandera nacional de nuestros amores imposibles- que la llamada “desnutrición oculta” tiene -según O’Donell- en la obesidad, su “cara más visible”, pero bien se podría decir que ésta no es otra cosa que la cara diabólica del hambre. ¿Y qué es lo que podría hacer audibles y creíbles estas palabras ministeriales que intentan extinguir la certeza de un empobrecimiento general, para ser más precisos, del 70 por ciento de nuestra población infanto-juvenil?
La aritmética sospechosa de las estadísticas suma o resta según las políticas oficiales. La Agencia de Noticias Copenoa informó el 2 de febrero del fallecimiento de Jairo Alexi Gonzáles de un año y siete meses durante la mañana del 14 de enero a las 10 y quince producto de la desnutrición severa que presentaba en el Hospital de Niños de la ciudad capital donde fue trasladado. Los padres de Jairo viven en una humilde vivienda en el pueblito de Gral. Cornejo habitado por 2.300 personas y distante a 25 kilómetros de la ciudad de Tartagal en el Departamento San Martín al norte de la provincia de Salta.
La Agencia Walsh (06-02-06) comunica que en los últimos 90 días ocurrieron una decena de casos de muertes por desnutrición en la Provincia de Salta. Irrevocables muertes cuyos nombres no sabremos jamás. Cada día agonizan decenas de niños pobres que no conocerán ningún tiempo. La muerte y sus modos los atrapa con la mirada aguda del cazador de inocencias frente al dolor indiscernible de las madres. No es el discurso supuestamente democrático, sino la muerte, la única que no rompe su promesa.
Los Gonzáles reconocían la ternura y el amor, aunque vacilan algunos gobernantes en atribuirles la “simple calidad de vivientes”. Quizás no podían nombrar con palabras de cristal la ternura y el amor pero lo vivían, a veces un instante, que se iba con esa canción desesperada -o sea el hambre de cada día- pero resucitaba una y otra vez dejando inocentes emociones en los pétalos oscuros de la siesta cuando el sexo de ellos volaba anunciando el advenimiento purísimo de un niño.
La mamá anda meciendo a Alexis en sus brazos vacíos dándole forma al aire, para mostrar el rubor del mundo, la prueba de que existen otras formas de hacer la vida.
Fuente de datos: Agencia de Comunicación Rodolfo Walsh 06-02-06
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