El combate de la vida

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(APe).- Un estudio realizado por las Naciones Unidas y difundido el martes 14 de septiembre lanza, desde sus cifras, un grito que excede la capacidad de espanto de la humanidad. El informe dice que nuestro mundo está habitado por 6400 millones de personas, de las cuales 2.800 millones viven en condiciones de pobreza -en medio de estrepitosas desigualdades- que se expresan en la increíble calamidad del hambre. Mientras 500 millones de personas no tienen agua y cada 10 segundos muere una persona de Sida. Le han forjado a la miseria caminos de buen asfalto.

Un novelista de nuestro tiempo se preguntó alguna vez si la Tierra no será el infierno de otros planetas. Cuando muere de hambre Nazarena en la ciudad de La Plata, por decir un nombre, y repetirlo 100 veces por minuto, pensamos tal vez sea mucho menos. Pero la sospecha creciente de que es el único sitio del sistema solar donde se ha dado la prodigiosa aventura de la vida nos arrastra sin piedad a la conclusión de que el actual contrato social, basado en el crimen del hambre, va en sentido contrario a la inteligencia.

En el informe titulado “Estado de la Población Mundial 2004” se resalta que 2 de cada 5 personas siguen esforzándose por sobrevivir con menos de dos dólares diarios. Millones de personas andando como jinetes sin alma y sin montura entre los trigos, desbaratan cualquier asombro con que nos pueda conmover el saber de la humanidad. La ciencia, contrapuesta a la miseria de miles de millones de seres humanos es hoy, como diría Unamuno, un cementerio de ideas muertas.

El problema de la inequidad en la distribución de la riqueza es abordado, con notable ligereza, por parte de los investigadores de la ONU que caracterizan la pobreza mundial como un problema atribuible a algunas demoras en la formulación de las políticas públicas. Los gobiernos "Han estado remisos en abordar la falta de equidad en la distribución de información y servicios de salud, lo cual contribuye a mantener a la gente en la pobreza", dicen, tomando como premisa que la solución es no engendrar más pobres. El informe de la ONU apunta a disminuir el crecimiento demográfico: "al posibilitar que las personas tengan menor cantidad de hijos, si así lo desean, se ayuda a estimular el desarrollo y a reducir la pobreza, tanto en los hogares como en la sociedad". Destacando que "las familias más pequeñas disponen de más excedentes para efectuar inversiones en la educación y la salud de sus hijos".

Un relato ingenuo sólo ayuda a sembrar opacidades. No se habla de saqueo-opresión-abandono de poblaciones enteras por parte de un sistema económico que destruye la vida. Jean Ziegler, relator de las Naciones Unidas para el derecho a la alimentación -que tiene otros corajes- dijo en marzo que cada 365 días se mueren 36 millones de personas por hambre. Agregando en su informe que “la producción de alimentos podría atender las necesidades del doble de la actual población mundial”. Poniendo las palabras en su lugar: “Quien muere de hambre es asesinado”.

Con palabras de Gabo, decimos que desde la aparición de la vida visible en la Tierra debieron transcurrir millones de años para que una mariposa aprendiera a volar, y otros tantos para fabricar una rosa sin otro compromiso que el de ser hermosa, y cuatro eras geológicas para que los seres humanos, a diferencia del bisabuelo pitecántropo, fueran capaces de cantar mejor que los pájaros y de morirse de amor. No es nada honroso para el talento humano en la edad de oro de la ciencia haber concebido el modo de que un proceso multimilenario tan generoso y colosal pueda regresar a la nada por el arte simple de quitarnos el pan.

Resolver el problema de la pobreza implica distribuir la riqueza que producimos de manera generosa. La cantidad de niños que vengan al mundo no es una cifra que le corresponda a la economía. Su número es propiedad exclusiva del amor. Los funcionarios -fieles representantes de la política económica imperante en el mundo globalizado- no quieren ver que, sobre hombres y mujeres hay una gotera viva que desangra las estrellas y que es obligatorio devolver la luz robada a la mitad de la humanidad nacida y por nacer, para que nadie advenga a un mundo donde la muerte bosteza en los portales.

 


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