Más allá de los signos

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(APe).- Una crónica aparecida anteayer, toma la situación nutricional de la provincia de Tucumán como muestra desgarradora del hambre que nos arrasa. En nuestro país -lleno de campos fértiles que producen alimentos para millones de personas en el extranjero- la mayoría de nuestra gente está ausente del pan, del vino y de la rosa, hundidos en una estridente paradoja, como es padecer de otras abundancias que sólo confiere la miseria.

Dicen que en noviembre de 2002, Pablo Gómez, un niño que hoy tiene seis años, fue la imagen paradigmática del hambre, enviada al mundo a través de los medios de comunicación. Allí estaba él, desde su camita sin fronteras en el Hospital Niño Jesús de Tucumán, “con los ojos aplastados, puro hueso confundido en la piel”, siendo pregunta antes que respuesta, abismado donde cae la luz y los perfiles se borran y no hay nadie, ni nada.

“Pablo es una muestra de lo que les pasa y lo que les pasará a los chicos desnutridos”, dice al cronista el doctor Angel González, quien atendió al niño hace dos años, cuando sólo había podido apiñar tristezas y siete kilos en cuatro años, cuando apenas podía lograr que “el chupete no se le cayera de los labios”. Hoy pesa más, pero tiene secuelas neurológicas y vive en el hogar Cerenu, para niños discapacitados. Dicen que puede reír, pero la fuente de su inteligencia parece haberse secado, su gloria es un secreto.

Sus padres sobreviven en el mismo lugar, han aumentado su pobreza, con una niña muerta en la memoria -María Rosa, “la primera víctima mortal de una docena de casos fatales en pocas semanas”- y lejos del resto de sus hijos “en una precaria casilla de chapa junto a un canal de desagüe, al sur de la capital tucumana”, donde aprendieron a hablar un idioma de agua más allá de los signos. La justicia los declara insanos e incapaces de responsabilizarse de sus cinco hijos.

“Parálisis, síndromes depresivos, dificultades motoras, son algunas de las patologías a las que la desnutrición acompaña y agrava. Esa es nuestra base social del futuro, suspira González”, bajo el cielo de bandera de Tucumán, donde la tasa de mortalidad infantil sigue oscilando entre el 25 y el 30 por mil. “Como Pablo, miles de chicos tucumanos sufren y sufrirán las consecuencias de haber sido olvidados durante décadas. Tucumán es la advertencia y el testimonio”, dicen para afirmar que nada cambió en esta Argentina que el hambre hizo de piedra y de noche, y de fuego y de lágrimas.

La profunda espera de Pablo y de su familia transcurre en el más trágico desamparo. Están inscriptos en una política económica generosa en olvidos y corrupciones sin cuento. El sufrimiento de ver el rostro de un niño oscurecido como un pozo, exige pensar un más allá de este dolor y de este tiempo, otro horizonte y otra patria desbordante de riqueza y de equidad, donde no sea una humillación, sino un orgullo inclinarse, y un regocijo si la frente se rinde como una espada fulminada.

Fuente de datos: Diario La Voz del Interior - Córdoba 18-09-04

 

 


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