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Por Germán Cornejo
(APe).- ¿Cuál es el límite de la función cuando "x" vidas tienden a 0? Parece un problema matemático pero no lo es. ¡Por Dios!, no lo es.
Héctor Rafael Díaz tenía dos años cuando su pequeña vida terminó de escurrirse entre los dedos de su mamá. Se escurrió en cámara lenta hasta transformarse en ausencia. Cero es la representación de la ausencia.
Desde su pedestal de piedra, la mirada ciega de los gobernantes se refiere tan sólo a estadísticas. Números. “Hambre cero”, dicen. Hambre igual cero. Hambre que no existe. El hambre no existe, no se siente, no se combate.
La tierra roja de Misiones parece ser uno de tantos rincones que Herodes dejó para que los funcionarios del cero continúen la orgía filicida. Tierra roja de sangre, nunca de vergüenza. “Se nos van a seguir muriendo”, dijo el gobernador de esa Provincia sin más consideraciones.
La mamá de Héctor Rafael, Rosa Acosta, tuvo que sufrir la muerte de un hijo para que escuchen su clamor. En el Canal 4 desafió las conciencias: “me gustaría que hoy pudieran ver como vivimos en un día de lluvia, es un chiquero”.
Frente a las cámaras reveló “que la asistencia del gobierno provincial solo se resumía a unas cajas de leches y unas tabletas de vitaminas”. Cero consideraciones, cero humanidad, cero abrazos.
¡Vaya paradoja! Exponer su rostro y su nombre luego de convertirse en algo sin nombre. Una madre sin hijo es una contradicción. Una madre sin hijo es algo que no tiene sentido. Quizás por eso no tiene nombre.
En la tierra colorada de Misiones, roja de sangre y roja de dolor, aún hay 7000 chicos en situación de indigencia. “X” son 7000 criaturitas humanas, niños y niñas con historia, con arraigo y con derecho a vivir.
Dios quiera (y los responsables hagan) que el pedido desgarrador de Rosa sirva para que se acabe el bochorno de la indigencia. Que no haya un pibe menos, ni un sólo ausente a causa del hambre homicida. Que ningún otro pibe redondee los ceros indiferentes de la muerte.
Edición: 1891
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