La Constitución de La Salada

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Por Oscar Taffetani

(APe).- Los medios argentinos saludan periódicamente, entre admirados y escandalizados, la expansión de La Salada, una feria general de productos, principalmente textiles, que se desarrolla en la margen sur del Riachuelo y que ya tiene ramificaciones en la Capital Federal.

“En el complejo -leemos- que fue definido por la Unión Europea como un emblema mundial del comercio ilegal, el metro cuadrado es más caro que en Puerto Madero. Llegan a pedir hasta 80.000 dólares por un puesto muy básico de apenas cuatro metros cuadrados (…) Con un movimiento de u$s 9 millones por semana, La Salada también cuenta con dos páginas de Internet para realizar compras desde el hogar y tiene previsto el lanzamiento de su propia tarjeta de crédito”.

 

La Salada ocupa un predio de 20 hectáreas, fluctuantes, en el llamado Cuartel Noveno, partido de Lomas de Zamora, lindante con los distritos de Lanús y La Matanza y cercano a otros partidos y distritos del Conurbano en donde están radicados los talleres y depósitos (en su mayoría, no declarados) que la alimentan regularmente. Cuenta con 10 mil puestos de venta, internados y ambulantes, y recibe dos veces a la semana, un promedio de 100 mil visitantes, incluso llegados desde países limítrofes. Según los organizadores, “entre feriantes, changarines, empleados, ayudantes y proveedores, cerca de 300 mil familias viven de este emprendimiento”.

Un testimonio informal

Enrique Antequera es administrador de Urkupiña, una de las tres sub-ferias que integran La Salada. Recientemente, concedió una entrevista a la Agencia Nova, de la que transcribimos algunos pasajes:

“Urkupiña -dice- es una sociedad anónima que está conformada por 365 socios. Pagamos cerca de 700 mil pesos anuales en impuestos. En esta estructura, cada uno cumple un rol determinado (…) Aquí tenemos gente que estamos recuperando de la calle, adictos al paco; hay unos 20 chicos cada noche, en esa tarea. Luego, tenemos 70 personas en Seguridad, que trabajan dentro y fuera del predio. Y también están los carreros, que llevan la mercadería al puesto de cada feriante. Son cerca de 200, que se han recuperado de la calle (…) Tratamos de insertar de vuelta en la sociedad a los chicos que no tuvieron la posibilidad de crecer, de estudiar, de tener un trabajo digno (…) Muchos políticos critican la explotación de los menores, pero… ¿qué hacen por el menor, para insertarlo en la sociedad?”

“Es bravo -continúa- porque hay que lidiar con algunos chicos que son salvajes. Se han criado en la calle. Cuesta enderezarlos. Tenemos contención sólo dos días a la semana, cuando funciona la feria. Si tuviéramos para darle trabajo todos los días, sería diferente: el chico llega a su casa cansado y se va a dormir, no anda en la esquina paqueándose y tomando cerveza. Pese a que cuesta mucho, esto fue un cambio: acá viene gente de todos lados a buscar trabajo, desde un puesto de choripán a un empleo. Pero cada vez hay menos empleo en el país. No veo una fábrica o empresa extranjera que haya venido a invertir…”

Teoría (y realidad) del Estado

Hacia 1850, el legislador y economista francés Claude Bastiat ofreció un premio de un millón de francos a quien lograra “una buena, simple e inteligible definición del Estado”. Bastiat murió temprano, a causa de la tuberculosis, y no pudo evaluar las propuestas recibidas. Los discípulos de los discípulos de Bastiat, para 1931, ya habían seleccionado unas 145 definiciones aceptables del Estado.

A esta altura de la soirée teórica (y filosófica), los diccionarios contabilizan 500 definiciones distintas. “Estado es la estructura duradera de gobierno y mando en una sociedad”, dice una. “Estado son los principios organizadores que dan totalidad a las múltiples y diversas agencias del gobierno”, dice otra.

Sin embargo, nos quedamos con la que acuñaron Benjamin y Duvall (y que podría haber competido con chance por el millón de francos): “Estado es el orden normativo dominante en una sociedad”.

Bromas aparte, lo que queremos señalar es que las respuestas brindadas por Enrique Antequera, uno de los administradores de la feria de La Salada, están planteando (y denunciando) la necesidad de un Estado que -tal como dicen los manuales- garantice el orden y la seguridad pública; que se ocupe de la contención, la alimentación y la educación de los niños y jóvenes; que vuelva real y concreto el derecho al trabajo y la vivienda digna; y que sancione leyes justas, que luego haga cumplir por todos los ciudadanos.

Porque el subtexto del testimonio de Antequera, esa verdad oculta que se desprende, es que si el Estado formal, con sus leyes, sus ministros, sus médicos, sus docentes, sus poetas y su policía, no está en condiciones de cumplir con su objeto, entonces allí surgirá La Salada para hacerlo, de un modo informal… y más barato.

Al ritmo que crece -perdón por la exageración- no será extraño que un día esta feria crecida a la vera del Riachuelo redacte y apruebe su propia Constitución. Y que esa carta magna consagre de un modo informal (pero eficaz) los derechos de nuestros niños y jóvenes, los de nuestros viejos y nuestras madres, los de los inmigrantes y -en fin- todos los derechos humanos.

Edición: 1739


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