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Por Oscar Taffetani
(APe).- “En el sistema neoliberal –leemos en Wikipedia- existe una pugna ideológica respecto a si el mercado puede regularse solo y distribuir de manera equilibrada la riqueza de un país o si deben intervenir agentes externos a él, es decir, si el Estado debe dictar sus normas. Detrás de esta discusión está la desigualdad social, que en ciertos países es un tema sensible en la relación entre las élites y el resto de la población. El neoliberalismo radical postulará que el Estado debe desentenderse totalmente de la actividad empresarial y servir sólo como garante de estabilidad. El socialismo renovado y sectores de centro forman parte de un neoliberalismo más templado que promueve un Estado más preocupado de temas sociales, pero sin abandonar la ideología del liberalismo contemporáneo”.
Por lo visto, ni Wikipedia ha conseguido librarse de la inflación lingüística, y el articulista nos habla de un “socialismo renovado” y un “neoliberalismo más templado”, dos engendros que hubieran puesto las barbas de punta al autor de El Capital.
Sin embargo, la inflación lingüística arranca mucho antes. Wikipedia no existía. El neoliberalismo no existía. Nos decía con humor Luis Franco, pensador sin barba y con mucha libertad, que hablar de democracia cristiana, por ejemplo, era una contradicción en los términos (ya que la democracia, por definición, supone la ausencia de dogmas). ¿Y la justicia social? (otra burrada, nos hubiera dicho aquel maestro, ya que toda justicia es social, o no es justicia).
La digresión viene a cuento por las expresiones redistribución del ingreso y redistribución de la riqueza, muy en boga por estos días. Son tan vacuas esas frases que servirían tanto para definir la acción de Robin Hood (aquel bandido que les quitaba a los ricos para darle a los pobres) como para definir al Hood Robin argentino del siglo XXI (éste que les quita a los pobres para darle -todavía más- a los ricos). Ambos, a su manera, redistribuyen…
La injusticia como fenómeno climático
"Redistribución de la riqueza en la era K”, titula irónico el diario Crítica de la Argentina. “El INDEC admitió que, durante la gestión de Cristina, los que más tienen ganan 28 veces más que el sector de menores ingresos”.
Ocurre que, según los datos de la EPH (Encuesta Permanente de Hogares), hacia 2003, al asumir la presidencia Néstor Kirchner, el 10% más rico de la población ganaba 54 veces más que el 10% más pobre. Cuatro años más tarde, al asumir Cristina Kirchner, la desproporción se había reducido a 28 veces, y seguía achicándose la brecha. Pero a partir del tercer trimestre de 2009, esa tendencia se revirtió y la brecha volvió a crecer hasta 28,24 veces. En la hermética nomenclatura del Gini (coeficiente creado para expresar el nivel de desigualdad), la última medición de INDEC tendría una ratio de 0,457, que sería mayor (es decir “más injusta”) que la de 0,450 alcanzada en 2008.
Admitimos nuestra total incredulidad y escepticismo sobre este juego de índices y contraíndices sujetos a variables incesantes, relacionadas con la forma de calcular o la forma de expresar los resultados (si se incluyen los planes sociales o la Asignación Universal, por ejemplo, si se corre la línea de pobreza un poco más abajo o un poco más arriba, y así).
Lo cierto es que el último aumento de los precios de los alimentos, los servicios y las cosas elementales para la vida de las personas, acompañado del congelamiento o rezago (con respecto a la inflación) de los ingresos de los trabajadores, son la reedición de una vieja fórmula de ajuste capitalista, cuyo único propósito es el mantenimiento de la renta y la ganancia de los que más tienen, así como el empobrecimiento, hasta niveles de esclavitud, de los que menos tienen.
Resulta impropio, entonces, hablar de la brecha económica y de la distribución del ingreso, como si se tratara de un fenómeno climático. Tantos milímetros de injusticia caídos en las últimas horas. Y resulta impropio, asimismo –aunque siga figurando en algunos programas políticos y sindicales- hablar de redistribución de la riqueza, como si el PBI fuera una canasta de pan y el gobierno una especie de samaritano que tratará de que a ninguno le falte (en el mejor de los casos) su ración.
No. Humildemente, no. Definitivamente, no. Volvamos al comienzo de esta historia. Hablemos de la injusta apropiación, por unos, del valor creado por el trabajo de otros. Hablemos de la injusticia –componente estructural del capitalismo- y de la eterna lucha de la masa laboriosa (porque los trabajadores desocupados son, antes que nada, trabajadores) por reconquistar la riqueza de la que ha sido despojada y por cambiar (¡vaya utopía!) las inhumanas reglas de juego.
Basta de inflación, queremos y decimos, por supuesto. Pero de este lado del mostrador, empecemos por liquidar la inflación lingüística.
Edición: 1711
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