Malestar en la Escuela

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Por Editorial

El presidente del Consudec (Consejo Superior de Educación Católica) advirtió ayer que en el conurbano bonaerense hay unos 800.000 chicos, de 8 a 17 años, que no van a la escuela.

(APe).- Los docentes han sido ninguneados, no solo en sus salarios, sino por un sistema que no concede estratégicamente a la educación un lugar preferencial en la construcción de los próximos años.

 

Gran parte de los maestros, los de las barriadas y la clase media en caída libre, se encontraron de pronto con los hijos de la crisis y de los quiebres familiares, de una sociedad fracturada transversalmente y dividida a cuchillo por las obras y las gracias de los predadores neoliberales de las últimas décadas. La mayoría de nuestros docentes creen que la pedagogía es una forma de la ternura, que no sólo tienen que exponer sobre el misterio de las fracciones o el diseño de los octaedros. Tienen que llamar al médico cuando los huesitos casi cortan la piel o el catarro sacude la panza o ese moretón hace pensar qué cosas terribles pasan entre las cuatro paredes de una casa. Ese maestro es imprescindible. Se convierte, con el edificio simbólico que es uno y todos a la vez, en el único referente real de un gran porcentaje de pibes. Es el docente apasionado, convencido, que siente la pizarra en el alma, que dejará huella en cada niño. Será semilla de otras pasiones. Y de otras certezas.

La escuela, ese edificio simbólico que es todos -desde la privilegiada del centro hasta la escuelita rural sin luz en el medio de la nada- es la matriz de todos los porvenires. Y es el cuenco que también puede anidar en sus curvas la vulneración de derechos. El de los pibes y pibas, a quienes la educación les falla y les llega de a gotas y nunca alcanza a todos y quedan muchos en el camino. A quienes los docentes les faltan durante demasiados días al año y los niños que no saben de paritarias ni de salarios injustos, que encuentran semejante el perfeccionamiento al paro docente. Ellos no saben por qué y nadie les explica por qué y sólo les queda de vez en cuando el sabor dulzón del sueño interrumpido: El derecho que le asiste a los niños de adquirir palabras y conocimientos en el tiempo etário que le corresponde y que no son postergables.

Cuando las construcciones eran coléctivas -en algún mojón de la historia lo fueron y no hay que olvidarlo- el debate acerca de por qué y cómo luchar cruzaba a la sociedad. Y se podía comprender al otro en su camino. O como decía Paulo Freire “la esperanza de que profesor y alumno podemos juntos igualmente resistir a los obstáculos que se oponen a nuestra alegría”. Reanudar ese debate es también discutir sobre la igualdad de derechos para todos. Especialmente, con la mirada apuntada hacia los más despojados. A los que se vulnera con políticas de Estado pensadas para someter y disciplinar tratando de que las escuelas sean fábricas de niños, todos colocados en fila con el numerito de su valor social puesto en la espalda y buscando encontrar la clave genética diferencial de los niños de oro de los de hojalata.

Si pensamos como colectivo no abandonaremos en días clave, en horas clave. En los momentos clave de una vida que se modela en gran parte entre las paredes de ese gran edificio simbólico que es uno pero es todos. El pibe que ve alejarse a su maestro del vinculo que los une, que no lo incluye como sujeto prioritario en esa lucha necesaria, que lo deja solo cuando más lo necesita, ese pibe a veces se va. O a veces repite. O a veces encuentra vacío de contenido aquello que le pintaron como el lugar donde se apilan los ladrillos del futuro.

Edición:1703


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