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Por Carlos del Frade
(APe).- La Argentina está a horas de comenzar a celebrar los doscientos años del sueño colectivo inconcluso amanecido el 25 de mayo de 1810.
Desde aquellas jornadas, hay un pensamiento que viene transitando los pliegues íntimos de la historia: no habrá felicidad si no hay “repartición” de la riqueza, como le gustaba escribir tanto a Mariano Moreno como a Manuel Belgrano. Sin esa “repartición”, las fortunas acumuladas en pocas manos “serán perjudiciales” para miles y miles de “sudamericanos”, gritaban con claridad aquellos primeros papeles que resumían el proyecto de “la nueva y gloriosa nación”.
Belgrano iba más lejos aún y sostenía que la pobreza y las enfermedades son consecuencia de los monopolios, la corrupción, el contrabando y la concentración de dinero en pocas manos.
Muy cerca de la ciudad donde Don Manuel inventara la bandera como símbolo de unidad para los desesperados que lo seguían en su loca aventura de inventar un país libre, en Villa Gobernador Gálvez, a pocos kilómetros de Rosario, Jesús Solís, de solamente veintidós años, fue procesado por abandono de persona seguido de muerte agravada por el vínculo.
Es que su hija, Celeste, de tres meses, murió por un cuadro de desnutrición avanzado. El juez que sostuvo el fallo aseguró que Jesús tenía los medios materiales suficientes para resguardar la salud de su hija. Pero no lo hizo.
La crónica dice que un médico les había advertido del estado de su hija, “inclusive indicó la ingesta de leche maternizada —que le proveyó el mismo centro de salud— de sulfato ferroso, un complejo vitamínico y ácido fólico. Ante ese cuadro, el profesional citó a la madre para que concurriera al día siguiente, donde seguirían con los exámenes. También durante esa visita la instruiría en el preparado del biberón. Pero la mujer no fue a la consulta. Tan grave era el cuadro de la chiquita, que el médico la mandó a buscar por un asistente social que no la pudo ubicar en su domicilio. Finalmente, la nena falleció con un peso 2,335 kilogramos”, remarca la nota.
Más allá de las responsabilidades que la justicia encontró en los padres de Celeste sería bueno preguntar por qué en la Argentina siguen muriéndose los chicos por falta de una buena alimentación.
Quizás, entre otras cosas, porque aquellos papeles de Belgrano y Moreno están muy lejos de ser leídos y practicados por los que dicen imitarlos.
Quizás no vendría mal pensar qué pasó en otros países de la patria grande que lograron su independencia mucho después de la Argentina.
En estos días se conoció que hay 146 millones de niños menores de cinco años bajo peso, según un informe del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF). Sin embargo, el único país que no tiene este problema derivado de la desnutrición es la isla de Cuba. La investigación asegura que el país centroamericano ha eliminado la desnutrición infantil severa y se convirtió en la única nación que sigue avanzando en esta lucha a contramano de casi la mayoría de los estados en vías de desarrollo.
Según el informe, “el estado cubano garantiza una canasta básica alimenticia que permite la nutrición de su población al menos en los niveles básicos mediante la red de distribución de productos normados”.
Más allá de los casos particulares, el incumplimiento de aquel proyecto de Belgrano y Moreno sigue siendo la triste respuesta a los casos como Celeste en contraposición a los ejemplos que surgen de los lugares en donde los principios históricos están por encima de los intereses de unos pocos.
Fuentes de datos:
Diario La Capital y Rebelión 24-12-09
Edición: 1667
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