El Alfa y el omega

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Por Carlos del Frade

(APe).- Ezequiel Heredia tenía dieciocho años y toda la vida por delante.

Le decían el Alfa. El principio de las cosas, según decían los griegos.

Pero en estos arrabales del mundo, los principios suelen estar muy cerca de los finales.

 

El alfa y el omega, en una metáfora casi bíblica.

Pero el Alfa, Ezequiel, estaba en otro escenario.

La vida, por fin, le había presentado su mejor cara.

Estaba vestida para la ocasión.

Cuentan en el barrio que desde hacía un mes estaba de novio con una piba de quince años y la palabra futuro ya comenzaba a parecerse a una promesa y dejaba de ser una invitación para las pesadillas.

El amor intentando gambetear la muerte y el poder.

Pero en una esquina platense, en la ciudad capital de la provincia de Buenos Aires, una bala policial terminó con su recién estrenado concepto sobre el mañana.

La muerte y el poder, una vez más, hicieron añicos las ilusiones del amor de los ninguneados.

Las crónicas hablan de una pelea entre dos bandas de muchachos.

De la llegada de patrulleros policiales.

Y de la pelea entre los habitantes del barrio y los policías.

Y de un disparo que fue a dar en la cabeza de Ezequiel. Al Alfa le llegaba su omega. Un omega, un final tristemente conocido por estos lares, algo muy parecido a otro caso más de gatillo siempre fácil, siempre susceptible de ser ejecutado.

Lo llevaron a Ezequiel a la guardia del Hospital Gutiérrez, pero no hubo caso. Le llegó el final al muchacho. Trabajaba cortando el pasto, hacía changas y buscaba algo mejor.

Por eso vino la bronca de sus amigos y conocidos del barrio. Hubo gritos y forcejeos a las puertas del Hospital.

Entre los amigos del Alfa se trató de un caso más de gatillo fácil, de allí la impotencia y los destrozos que se produjeron en cercanías del ya mencionado nosocomio.

Las notas periodísticas también dan cuenta de que el inspector de la comisaría segunda, Sergio Aguirre, resultó herido de un disparo en su pierna aunque nadie puede decir con exactitud de dónde vino esa bala.

Viene ahora la investigación de rutina y la insistencia de las familias del barrio Hipódromo para saber de verdad qué fue lo que sucedió.

Mientras tanto, hay una repetición de hechos que marca la continuidad de una matriz de exclusión.

Dos barras de pibes que se juntan para pelear, efectivos policiales que no dudan en descargar sus municiones para suspender la batalla callejera, y otro muchacho más que deja de formar parte del presente existencial.

¿Por qué esa matriz reaparece una y otra vez entre la pibada desesperada de los barrios de las principales ciudades argentinas?

¿Por qué el gatillo fácil siempre mata a muchachos de la misma condición social?

Ezequiel, que solamente tenía dieciocho años, y le decían el Alfa, el principio, quería soñar con su nuevo amor pero no pudo, no lo dejaron. Le marcaron, mucho antes de tiempo, su omega, su final.

Para que realmente millones y millones de chicos como el Alfa tengan una nueva posibilidad de ser felices en la Argentina, habrá que marcar el verdadero omega, el definitivo cierre a un sistema que excluye y condena a los que son más.

Fuente de datos:
Diario El Día - La Plata 09-12-09

 Edición: 1656


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