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Por Sandra Russo
(APE).- Del África subsahariana provienen muchas de las familias cuyos hijos, en las últimas semanas, estuvieron haciendo arder los alrededores de París. Y es en el África subsahariana donde más de 300 millones de personas sobreviven con menos de un dólar por día. No hace falta sacar muchas cuentas ni recurrir a demasiada suspicacia para advertir que el hambre en los territorios mundiales condenados a la miseria es un problema político de envergadura, al que los líderes occidentales sensatos deberían prestarle una atención, si no humanista ni piadosa, al menos razonable.
En el Día Mundial por la Erradicación de la Pobreza, 17 de noviembre, la ONU se ocupó de hablar de una “lacra que afecta a 800 millones de personas y causa, diariamente, directa o indirectamente, la muerte de 30.000 niños. El mismo número del genocidio argentino, pero replicado cada día y sobre pequeñas siluetas anónimas que han nacido sin oportunidad, siquiera, de luchar contra sus destinos. Nacen y mueren como moscas, como hormigas, como cucarachas. Así son recibidos por la vida, recibidos y despedidos, expulsados de ella.
El Secretario General de la ONU, Kofi Annan, dijo en su mensaje que “la pobreza destruye familias, comunidades y naciones. Es la causa de la inestabilidad y la agitación política, ceba conflictos”. Es ése el punto de vista que podría mover piezas en el tablero mundial, si se redoblaran los esfuerzos para cumplir los Objetivos de Desarrollo del Milenio, adoptados en 2000 y reafirmados en la pasada Cumbre Mundial de septiembre. Un punto de vista basado ya no en la necesidad de equidad o de justicia, sino en la más realista aspiración de supervivencia global. Es que es nada menos que la mitad de la población mundial la que está enterrada en la pobreza, ahogada en ella, y las proyecciones indican que, de seguir así, de aquí al año 2015, ya son previsibles 45 millones de muertes de niños y niñas.
En la Sala de los Pasos Perdidos de la sede de la ONU en Ginebra tuvo lugar un acto que incluyó la lectura de un texto de Joseph Wresinski, fundador de la organización no gubernamental ATD Cuarto Mundo y pionero en la defensa de una renta mínima garantizada, que equivale a un “derecho a la vida”. El texto señalaba que “allí donde hay hombres condenados a vivir en la miseria, se violan los derechos humanos. Unirse para hacer que se respeten es un deber sagrado”. El planteo de Wresinski se basa en una actitud ética respecto de los millones de seres humanos aniquilados por causas perfectamente evitables. Pero el estado del mundo es tal, que no será por cuestiones éticas que la ONU siga batallando en contra de la pobreza. La desproporción de recursos es tal, es tan burda la manipulación de los alimentos como bienes mundiales escasos cuando no lo son en realidad, que el problema del hambre ya es amenaza y tomó cuerpo. Si Europa no reacciona, seguirá ardiendo.
Fuente de datos: Diario El Universal Online - México 18-10-05
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