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Por Alfredo Grande
(APe).- Alguien dijo que la diferencia entre el optimista y el pesimista es que el pesimista tiene más información. El optimismo es necesariamente, un reduccionismo. Todo tiempo futuro no será mejor, al menos necesariamente. Tampoco creo que todo tiempo pasado fue mejor. Lo que no deja de ser deprimente. Quizá lo mejor, siempre enemigo de lo bueno, sea una categoría publicitaria pero no una categoría política no represora. El optimismo como cruzada de las futuras alegrías necesita reprimir las presentes tristezas.
Todas las hermosas ciudades que el turismo disfruta arrancándole todo tipo de placeres, tienen su patio trasero, sus reservas inmorales, sus escondites del horror y la penuria. Otros mundos son posibles, la mayoría mucho más caros que éste. Creo que esa consigna debe ser revisada. Por ejemplo: “otro mundo: ¿es posible?; “este mundo ya no es posible”; “para más del 80% de la población mundial, ningún mundo es probable”; “si usted cree que otro mundo es posible, no deje de tomar ese antidepresivo”.
Desde ya, cuando hablo de mundo no lo hago desde una perspectiva planetaria, sino apenas al pequeño mundo que llamamos Argentina. Y tomando una idea de Caparrós, tiene el río más ancho del mundo pero que no es de plata sino de barro. Los optimistas que vinieron a saquear todo, tuvieron su propio alucinatorio social: en estos pagos había argentum, o sea, había plata. Los pesimistas se fueron, los desquiciados se quedaron hasta que llegaron más alto y asesinaron, saquearon, robaron todo.
El argentum hoy es la función pública, es decir, llegar y entrar al aparato del Estado. Eso que llaman corrupción es una forma optimista de mirar el problema, suponiendo que sea un problema. Porque entonces combatiendo la corrupción habría un Estado Benefactor inodoro, insípido e incoloro. Un Estado potable. Comestible y bebible. O al menos un Estado apto para el consumo humano. Un Estado no perecedero. Lamentablemente, y acá entran los pesimistas, el Estado que no disfrutamos es un Estado transgénico. No administra el bien común, y cuanto más vocifera que es para todos y todas, más queda en evidencia que dime de qué blasonas y te diré de qué careces.
Terrorismo paterno
Las paritarias salariales, el costo de la canasta familiar, las jubilaciones por hogar, son todas evidencias que muy pocos que ganan mucho deciden sobre muchos que ganan poco. Lo benefactor es sin dudar, una denominación optimista. Es como decir Padre Benefactor al que luego de trabajar 8 o más horas, llega a la casa y castiga a la esposa y a los hijos. Solamente porque antes de expresar su bestial sadismo, trabaja. Terrorismo paterno sería golpear sin trabajar. Sadismo en Estado puro.
El Terrorismo de Estado es la caída de todas las máscaras, de todas las mediatizaciones, de todos los artilugios con los cuales el Poder encubre sus designios. En verdad, no todos. Quedan residuos encubridores, como por ejemplo la CAL (comisión de asesoramiento legislativo) creada por los dictadores luego de disolver el Congreso. Que dicho sea de paso (paso corto, naturalmente, fue disuelto sin tener que masacrar a los legisladores que resistían valerosamente en sus lugares. Quizá porque no resistieron y aceptaron ser disueltos.
La autodenominada guerra sucia también fue una forma encubridora. En verdad fue una cacería salvaje. Todas las muertes por enfrentamientos fueron asesinatos. Los desaparecidos, aceptados incluso por la soez infamia de un Videla, fueron secuestrados, torturados, asesinados y disueltos. La dictadura militar unió la más atroz vileza y la más absoluta cobardía. Qué cobardes que son los militares argentinos. Malvinas, la guerra con la que pretendieron blanquearse, lo probó hasta el hartazgo.
El Terrorismo de Estado fue un terrorismo de cabotaje, de entrecasa, para la población local. Para las grandes ligas, los militares de la patria no daban terror: dieron vergüenza. Todo el terreno preparado para que el Estado de derecho apareciera como el garante histórico, político, ético de la democracia. Uno de los profetas de la democracia, sentenció que con la democracia se comía, se educaba, se curaba. Como dice un aforismo implicado “nadie es profeta en su maceta”.
Treinta años y más, y hay hambre, la educación es un viaje de vuelta y la salud, tanto pública como privada, es solamente asistencialismo berreta o caro, pero asistencialismo nada más. Lo notable es que la profecía del Estado benefactor sigue vigente. El país con buena gente. Argentina Incluye. En todo estás vos. Carísimos grafittis para los optimistas del presente, que a veces son los pesimistas del pasado. Y los saboteadores del futuro.
El Estado Benefactor es un poderoso alucinatorio social y político que permite algo así como criticar el Estado de las rutas pero no cuestionar a vialidad nacional, ni a las empresas permisionarias de peaje, etc. O sea: es tan absoluta la certeza del Estado benefactor que podemos aceptar los errores del sistema, sin cuestionar al sistema. Pero para que un discurso crítico de izquierda haga surco, me parece importante arremeter contra los baluartes de la derecha, especialmente los baluartes culturales.
Terrorismo de Estado es la práctica política del fascismo. Estado Terrorista es la práctica política de las democracias burguesas. Estado Terrorista encubierto como Benefactor, con lo que su capacidad de matar, robar, aniquilar, corromper, mentir, estafar, destruir queda en la gran nube de las impunidades eternas. Si miramos al país con los ojos optimistas de los turistas bobos, lo Benefactor es evidente. Si miramos al país con los ojos llorosos de los militantes críticos, lo Terrorista es también evidente. La diferencia entre ambas miradas se llama lucha de clases. Y solamente la unión de las izquierdas y lo que llamo la concepción amplificada de la autogestión, podrán más temprano que tarde dar paso a un poder popular que aunque le siga pidiendo todo al Estado, nunca más esperará nada de él. (Continuará)
Edición: 2647
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