Cultura represora y Estado benefactor

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Por Alfredo Grande

(APe).- La idea central de este trabajo, suponiendo que la tenga, es que el Estado Benefactor es una estrategia exitosa de la cultura represora para ocultar su condición de ángel exterminador. Represora del deseo, de la satisfacción de las necesidades básicas y represora de todas las formas de la justicia. Cultura represora es una denominación inclusiva, o sea, que abarca mucho. Pero que también aprieta bastante, especialmente en las miradas y escuchas lánguidas y benevolentes de los pacifistas seriales.

No es lo mismo paz que tregua. La cultura represora no necesita de la guerra, aunque si no hay otros remedios, se usa cualquiera especialmente los que son peor que la enfermedad. La tregua ha recibido numerosas denominaciones, ya que uno de los indudables méritos de la cultura represora es la creatividad. Algunos llaman a esto publicidad, para la cual hasta se pasan programas en radio y televisión. “Gran Acuerdo Nacional” fue la marca registrada de Lanusse, el último dictador del engendro que se conoció como Revolución Argentina. Ni era revolución, más bien exactamente lo contrario, y menos argentina y ahí estuvo Krieger Vasena para garantizarlo.
El coronel Perlinger fue el encargado de poner un revólver en la cabeza del presidente Illia. Acto del cual luego se arrepintiera, lo que habla bien de él, ya que en este país nadie resiste el archivo porque nadie se arrepiente de nada. O sea que las estrategias de marketing son necesarias y absolutamente complementarias con todas las formas de la barbarie represiva. La “Revolución Argentina” tuvo ese marketing, como lo tuvo la Dictadura Militar. La publicidad logra que la gente compre basura y venenos varios, y todos y todas mueran dulcemente con la canción del jingle de moda.

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Una de las tareas más complejas de toda política libertaria es desarmar el marketing y el merchandising de ese producto que se llama “democracia representativa”. Cuyo Tótem Sacro es el Estado Benefactor. Los 5.000 millones de dólares y más que el pueblo argentino tendrá que pagarle a una empresa y los 20 días y más sin agua del pueblo de Caleta Olivia muestran en una escala amplificada que para no verla hay que cerrar los ojos y clausurar el cerebro, para quien juega el Benefactor Estado. Siempre para la cultura represora. Agua, tierra y aire son las condiciones de la vida. No solamente no están garantizadas, sino que han sido arrasadas por la cultura represora en su modalidad extractiva.
Esquel con su No a la Mina es un ejemplo de la militancia contra la muerte en vida que proponen los Atila del capitalismo tardío. 20 días y más sin agua ni siquiera es el límite. Una ciudad fue dinamitada para ocultar contrabando de armas y el responsable mayor queda impune. Río Tercero es apenas un penoso botón de los chalecos de la impunidad, divino tesoro de la cultura represora.
Si la fuerza del vampiro reside en que nadie cree en él (Bram Stoker, Drácula), la fuerza de la cultura represora reside en que se hace llamar cultura. A secas. O sea: como la única forma posible, sin alternativas, o aunque las hubiera, son siempre peores. Por eso es tan funcional para la cultura represora y su Tótem Sacro, el Estado Benefactor, mantener el recuerdo del Terrorismo de Estado. No porque no haya dejado sangrientas huellas. Lacerantes cicatrices. Pero creo firmemente que en 30 años de democracia real, esas marcas hubieran sido reparadas y curadas. No por completo, y en ese sentido muchos somos veteranos de guerras en las que no estuvimos en ningún frente de batalla. Pero no fue una democracia real. Fue representativa, es decir, apenas representación. “Show off” que le dicen. Careta Olivia. Máscara que oculta el vero ícono, el verdadero rostro de la bestia.
Pero si mantenemos activa esa memoria del terror, incluso apelando a su forma más opuesta, que no es otra que juzgar las atrocidades cometidas, entonces el Tótem Sacro es invulnerable. Nadie puede atreverse a demolerlo porque entonces no solamente vendrán caras extrañas sino rostros siniestros. La cultura represora impone al estado benefactor como la única alternativa al terrorismo de Estado. Por algo es. En su versión light, descremada, se apela a las jornadas del 2001 en su negatividad. Casi como un mal ejemplo. Y por cierto que fue un pésimo ejemplo porque el Tótem Sacro fue conmovido duramente. El “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”, esa Marsellesa humilde del pueblo en las calles, lo interpreto como el intento de tomar al Tótem Sacro por asalto. Derrumbarlo. Por eso asesinaron a Darío y Maximiliano. Por no reverenciar al Tótem Sacro que la partidocracia estaba reconstruyendo.
Es necesario hacer una diferencia fundante entre Terrorismo de Estado y Estado Terrorista. Esta diferencia es repudiada, no pensada, encubierta por el Tótem Sacro. Sin esta diferencia, el Estado Benefactor sigue proclamando que enseña a nadar y que los que se ahogan es porque no son buenos alumnos. O simplemente fóbicos al agua. O suicidas. Tanto la socialdemocracia como el socialcristianismo participan de esta imposibilidad histórica y política de diferenciar Terrorismo de Estado de Estado Terrorista. Y sin dudarlo les va la vida en ello. De lo contrario, caerían en un abismo nada dulce, parodiando la canción de Silvio Rodríguez. Una cosa es viajar con el Che, y otra muy diferente es quedarse para ser cómplices por acción u omisión del exterminio capitalista. Sostener al Tótem Sacro es participar del circo con cada vez menos pan de la cultura represora. Y leyendo a Bram Stoker aprenderemos que para vencer al vampiro, primero hay que creer en él.

Edición: 2642


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