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Por Carlos del Frade
(APE).- Las caritas de los chicos africanos que intentan escalar el obsceno y gigantesco alambrado que los separa de España, sintetizan la continuidad de la lógica del desprecio quinientos trece años después del inicio del saqueo americano y la permanente explotación humana y de recursos naturales de las tierras de las naciones negras.
Aquel 12 de octubre fue el descubrimiento de Europa como potencia capitalista a partir del descuartizamiento humano y ecológico de América y África.
Quinientos trece años después, los ojos de los pibes africanos se parecen demasiado a los ojos de los chicos que en América también suponen que es un sueño eso de comer todos los días.
Quinientos trece años después, hay 220 millones de empobrecidos en América latina y el Caribe, lo que quiere decir que casi la mitad de los habitantes del territorio tiene necesidades vitales abiertas como llagas.
Y los números más claros de la permanencia del desprecio se expresan, como siempre, en la carne viva de la historia, los chicos.
Las cifras cuentan que hay 170 mil menores de cinco años que mueren todos los años por enfermedades prevenibles.
Chicos que recién empiezan a soñar con el jardín de infantes, pintar los colores y bailar cuanta música aparezca cerca. Cuando apenas saben de la urgencia de la ternura permanente, ciento setenta mil chicos viajan a otro lugar del cosmos.
Genocidio que continúa.
También gritan las cifras que 23 mil mujeres mueren cada doce meses en este continente de la fertilidad inagotable, justamente durante el embarazo o el parto por falta de atención médica.
513 años después, entonces, ¿dónde está el progreso?
¿De qué lado del alambrado de Melilla está la civilización?
¿Qué divinidad justifica la inmolación de tantos pibes latinoamericanos?
Hace 513 años atrás, algunas naciones americanas tenían claras algunas cuestiones que hoy están amenazadas, en vías de extinción.
Los aymaras que todavía sobreviven, creen que hay un vínculo existencial entre todos los seres vivos. Lo llaman el sonco y esa manera de pensar el universo hace que nadie sea considerado superior o inferior. Porque desde la montaña al pájaro, pasando por las mujeres y los hombres y llegando a los chicos y las estrellas, todos participan del cosmos en partes iguales. La igualdad que ofrece la cotidiana majestad de la vida.
¿En qué vinculo existencial creerán los que saben que no hay médicos para las madres?
¿De qué lado del progreso juegan los que asisten al espanto de las cifras de chicos que se mueren por enfermedades evitables?
Los mapuches, cuando celebran el amanecer del cosmos durante las primaveras, bailan y cantan en círculos concéntricos.
El más íntimo, el más cercano a la energía promotora de todo, Nguenechén, está poblado por los seres más sagrados, los chicos, los pibes de las comunidades.
¿Qué estado moderno, qué civilización ha mantenido el carácter sagrado de los pibes?
¿Dónde están los que deberían considerar sagrada la vida de los chicos africanos o la existencia de los pibes latinoamericanos?
¿De qué lado está el progreso, 513 años después?
Los chicos africanos y americanos esperan que alumbre el quinto sol, el tiempo que ilumine la vida de los que son más para volver a aquel equilibrio que todavía subsiste en el sentido profundo de la palabra sonco y en la tradición mapuche de celebrar la primavera y repetir, generación tras generación, que los pibes son sagrados, que no hay nada más importante que ellos para la criatura humana.
Mientras llegan los días del quinto sol, sin embargo, el desprecio que continúa quinientos trece años después, muestra la necesidad de descubrir los verdaderos mandamientos populares que se esconden en los pueblos originarios. Porque esos mandamientos hablan de la urgencia de buscar la libertad, la igualdad y la belleza. Todavía queda tiempo, 513 años después.
Fuente de datos: Argenpress 13-10-05
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