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Por Néstor Sappietro
(APe).- Argentina, 2009, Capital Federal...
En la Villa 21-24 se desarrolla una obra maestra del desamparo.
Una nena de 12 años de la Escuela 12 de Barracas sufre un cuadro de asma severo.
Cinco llamadas al Sistema de Atención Médica de Emergencia (SAME) que encuentran como toda respuesta que ningún profesional llegará al lugar “porque no hay garantía de seguridad”.
Una docente ensaya primeros auxilios para poder reanimar a la alumna. Otros maestros desesperados corren buscando una ayuda médica a la salita 8. Encuentran la misma respuesta. Los profesionales de la salud se niegan a llegar hasta la escuela.
Por último, dos médicos de la salita 35 se acercan hasta el Polo Educativo de Barracas con dos estetoscopios y una cámara aireadora...
La nena repite el cuadro de asma con apneas y se decide trasladarla como sea.
Una camilla de madera improvisada por los docentes y un auto que aparece para llevar a la nena para ser atendida en el Hospital Penna, donde finalmente se estabiliza...
Las palabras, aunque hagan un esfuerzo descomunal, no alcanzarán nunca a describir la desesperación vivida en esas horas...
¿Cuál será el adjetivo preciso para transmitir la angustia de esos docentes?
¿Cómo narrar el ahogo que provoca la orfandad?
Un ahogo, sin dudas, más despiadado que el que produce el asma.
Nada que un cronista pueda escribir alcanzaría para expresar la desesperación de esos instantes en los que la vida y la muerte juegan su pulseada, mientras la impotencia no sabe hacia dónde de correr...
Las normas del reglamento escolar son comprensibles: “Los docentes deberían haber aguardado la llegada del SAME”.
Las normas de quienes entendieron que una vida trasciende cualquier reglamento, terminaron imponiéndose luego de escuchar la sentencia inapelable de unos de los médicos que asistió a la escuela: “Si no se traslada, no sobrevive”.
Lo cierto es que la vida de los pibes no puede quedar en manos de la buena voluntad de los docentes.
Hace tres meses que el titular del SAME, Alberto Crescenti, anunció que las ambulancias iban a dejar de entrar a las villas “por las condiciones de inseguridad”... Esta advertencia aparece en una sociedad que sataniza a sus pobres a través de los medios de comunicación y encuentra a buena parte de su audiencia avalando esa estigmatización.
La primera pregunta que aparece desde la sensatez es ¿qué hizo, una vez conocido semejante anuncio, el gobierno de la ciudad?
La respuesta es nada. El responsable de garantizar el sistema de salud para todos los vecinos de la ciudad no hizo nada.
Sencillamente porque los pibes que viven en la villa no son visibles para el gobierno porteño. La angustia de los docentes tampoco es un tema de preocupación para Macri, eso quedó claro ante cada demanda del sector.
Mientras tanto, Ctera y los curas villeros, reclaman contra la segregación y piden una audiencia urgente con el ministro de Salud de la ciudad Jorge Lemus, sin encontrar todavía respuesta.
Una vez más, la pobreza es causa de discriminación.
Allí donde falta comida, trabajo, futuro... Allí, tampoco llegan las ambulancias.
Semejante indefensión debería despertar a fiscales y jueces dormidos entre papeles intrascendentes.
Semejante desamparo debería provocar la indignación de la misma sociedad que aparece implacable cuando se trata de juzgar a esos mismos pibes ninguneados y asechados por el más feroz de los desprecios.
Fuente de datos:
Diario Página/12 18-08-09
Edición: 1578
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