Gatillo fácil, democracia difícil, fútbol fácil

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Por Alfredo Grande

(APe).- La única noticia buena es que el prefecto pensó. Claro: pensó que estaban armadas, pero después de todo, una lata apenas puede pensar en duraznos al natural. O en sardinas. La realidad para la mentalidad de un prefecto debe ser un enlatado de toda la porquería represora con la cual fue adoctrinado, ya que no educado. ¿Habrá recibido cursos de derechos humanos? ¿Tiro al blanco?

 

Por Alfredo Grande

“borran con la mano lo que escribieron con el codo”
(aforismo implicado)

 

Pueblada en la Villa 31
Gatillo fácil y represión
Un prefecto mató a una chica e hirió a otra. Alegó que lo iban a asaltar. Los vecinos reaccionaron y enfrentaron a los efectivos con piedras y bombas molotov.
El suboficial, buzo de la Prefectura Naval Argentina, frenó con su auto ante un semáforo en rojo, a dos cuadras de la Villa 31 de Retiro. Era de noche. Cuando estaba por arrancar, dos chicas se le acercaron hasta la ventanilla, supuestamente para asaltarlo, según presumen los investigadores. El prefecto, identificado como Luis Luque, les disparó a quemarropa con su arma reglamentaria: mató a una de ellas de dos tiros en el pecho y la otra recibió una herida en un ojo. Estaba embarazada y, por el shock, perdió a su bebé. La vida del prefecto nunca corrió peligro porque las jóvenes no tenían un arma de fuego. Se sospecha que le apuntaron con dos palos atados a un caño que simulaban ser dos pistolas. La víctima, Mabel Guerra, tenía 17 años.
“Me quisieron asaltar. Pensé que estaban armadas”, dijo a sus superiores. Cuando se encontró con las dos chicas, poco después de las 23 del miércoles, en la avenida Castillo y la calle 12, iba hacia su trabajo vestido de civil. Les disparó a quemarropa y después les avisó a sus jefes. Un vecino llamó al 911. Mabel Guerra llegó muerta al hospital. Su amiga, Gianina Lobos, de 21 años, quedó internada en el Hospital Fernández, fuera de peligro. Tiene una lesión en el ojo izquierdo, producto de un roce o una esquirla. Es madre de dos hijos.
(Diario Crítica de la Argentina 21/08/09)

(APe).- La única noticia buena es que el prefecto pensó. Claro: pensó que estaban armadas, pero después de todo, una lata apenas puede pensar en duraznos al natural. O en sardinas. La realidad para la mentalidad de un prefecto debe ser un enlatado de toda la porquería represora con la cual fue adoctrinado, ya que no educado. ¿Habrá recibido cursos de derechos humanos? ¿Tiro al blanco? También sabemos que, a pesar de ser prefecto de mentalidad enlatada, frenó ante un semáforo rojo. A lo mejor le estaba apuntando al semáforo, enojado por ostentar en forma intermitente el color del trapo aquel por el cual tantos imberbes y barbudos pretendieron atacar al ser nacional y seguro de la doctrina. Pero se cruzaron dos chicas, aparentemente armadas, por las cuales en exceso de su legítima defensa en lata, disparó. Claro: prefecto pero no perfecto, de todas maneras a esa distancia no podía errar. Que después de todo es humano, aunque sea de una humanidad en lata. Es posible que fuera de su ambiente natural, el agua, ya que era buzo, tuviera más tendencia a un ataque de pánico, especialmente por estacionarse en forma transitoria a dos cuadras de una zona de suma peligrosidad, con población nativa potencialmente agresiva, conocida en la jerga citadina como “villa 31”. Valiente el buzo, detenido y sin snorkel. El asesino de Mabel, intrépido defensor de los desechos humanos, le apuntó a errar a Gianina. ¿O simplemente no le acertó, porque después de todo dos tiros seguidos eran demasiado para su aleta de buzo prefecto? Disparó a quemarropa, o sea, sin ni siquiera tener que apuntar. A puro reflejo, como deben hacer los prefectos de bien. Invocando la memoria del Ingeniero Santos, Patrono del Gatillo Fácil, algún asesor calificado pretende que fue otro caso de “exceso en legítima defensa”. La pregunta que se impone es: ¿la defensa de qué? Cuando otro mundo sea, además de posible, probable, esa carátula podría ser: “exceso en ilegítimo ataque”. Y dejarlo en la lata el tiempo suficiente para que aprenda el principio general de equivalencia entre acto y consecuencia. El prefecto imperfecto no está solo. Las máscaras de la impunidad, las mismas que convierten en “libres” a condenados y absueltos en el juicio por la masacre de Cromagnon, lo acompañarán amable y amistosamente, donde quiera que vaya. ¿Por qué no una temporada de descanso en Arroyo Seco, donde el apasionado Coradini le pueda explicar sus teorías sobre los cintazos a los pibes chorros? Pero la democracia difícil exige que después del fusilamiento, haya al menos el ritual de una disculpa. “Pensé que estaban armadas”, le dijo al superior inmediato. Al superior mediato, el cura confesor, le dijo: “me quedé esperando en el semáforo, justo, justo, estaba en rojo. Fui avanzando lentamente, hasta que llegara el amarillo. Me detuve jadeante. La presa podía aparecer en cualquier momento. Manotée el arma mortal. No podía creer en mi suerte cuando dos femeninas se acercaron. Más cerca, más cerca, vengan con su prefecto preferido, qué tienen en las manos, juguetitos para asustar, vamos, que a mi no me asusta nadie, vean como estaciono tranquilo a dos cuadras de esta villa de mierda donde viven, más cerca... no puedo fallar”. Versión no oficial, o sea, versión sub oficial, pero al menos, versión probable. La cultura de las fuerzas de seguridad no ha variado desde la dictadura cívico militar. La inolvidable “sección especial” en la cual militantes comunistas, socialistas, anarquistas fueron torturados, tiene en cada comisaría una sucursal permanente. La tortura ha dejado de ser pensada como tal, los apremios ni siquiera son ilegales, estamos en la etapa de los interrogatorios de baja, mediana y alta intensidad. El imperio contra ataca y Colombia es la dulce colombina seducida por payasos siniestros. Estos prefectos asesinos no lo son, sin embargo, por naturaleza. La parte terrible de la historia es que en esta democracia difícil, donde se escribe con el codo y se borra con la mano, son más violentas las peleas por las retenciones que por las defunciones. Los mártires del Estado de Derecho algún día tendrán su propio mausoleo, su propio homenaje, sus propias canciones que los recuerden. Porque la vida, y esto lo sabe el prefecto enlatado, sigue siendo un blanco móvil. Mabel quería irse de la Villa. Pero no de esa forma miserable. No luchan contra la pobreza, matan a los pobres. No luchan contra la riqueza, solamente hacen enojar a algunos ricos. Claro, no a todos. Ni a todas. Por cada María Julia y Jaime en mano, hay más de cien pajarracos volando. En un país donde el fascismo se trasviste de derecha, cualquier centro parece de izquierda. Y más allá de la persona real del prefecto, la democracia difícil habilita una y otra vez aquello que puede hacerla estallar. O sea: sostiene que la inseguridad es un problema, cuando en realidad es la solución que la cultura represora encontró para prolongar la inequidad social por otros medios. A diferencia del Parlamento, el prefecto no delega sus poderes. Los usa. Contra Mabel y Gianina, pero sabiendo que, como dice la mafia, de ninguna manera es algo personal. Tampoco el Prefecto Jefe veta la actitud de su subalterno. Y muchos menos, como Cantero, se atreve a decir que no leyó el manual de procedimientos. (Cantero dijo que no leyó el proyecto de ley, pero aunque es peor, al menos me conformo con pensar que por lo menos es lo mismo). Otro de nuestros preclaros filósofos, el de la escuela de los caras pintadas, nos adoctrinó con que la duda era la jactancia de los intelectuales. El prefecto no dudó. Tampoco pensó. Pero lamentablemente para estas compañeras, existió. Luis Luque existió, y muchos otros como él, peores que él, también existen. Y son, a no dudarlo, los gendarmes de muchos imperios a los cuales esta democracia difícil les da todo tipo de bases. Desde económicas, hasta políticas. La impunidad que empezó con Cabezas, se prolongó con Maxi y Darío, hoy se sostiene en Mabel y Gianina. No es el mismo amor, pero es la misma lluvia. Pero llueve agua podrida en esta democracia difícil. Tan difícil que ha hecho del fútbol fácil su antídoto universal. No ha podido combatir el hambre, discute hasta el hartazgo por dónde pasa la línea que separa al pobre del indigente, espera curar el dengue con el frío y la gripe con el calor, pero está maravillada de liberar los goles del domingo. Pacta con el capo futbolieri, el mismo que pactó con el “general democrático”, en los años de plomo fundido. ¿Será el mismo amor, será la misma lluvia? La Corporación Grondona y Asociados sigue impune, porque el fin justifica los medios, y al enemigo, ni el codificado. Dentro de dos meses, las facturas de gas y luz opacarán un tiempito el orgasmo colectivo del gol, pero seguramente todos los circos todos estarán prestos a enterrar descontentos. Y el esfuerzo para encontrar una garrafa social será menor con los calorcitos de la primavera. En ese momento, el asesinato de Mabel ya será olvido. Qué fácil la impunidad, que difícil la justicia, que fácil el gatillo, que democracia difícil.

Edición: 1577


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