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Por Néstor Sappietro
(APe).- Los pibes de la comunidad wichí se nos siguen muriendo como si nada fuera.
Sucedió en General Mosconi, provincia de Salta.
Otro pibe fusilado por el hambre.
El hijo del cacique Lucio Juan tenía dos años. Murió por desnutrición y forma parte de la oscura antología de la desidia. Sin embargo, su muerte no produjo ningún escándalo.
Tal vez, con un poco de suerte, en estos días aparezca algún informe televisivo que muestre el desamparo en el que viven las comunidades.
Al finalizar el informe esbozaremos algunos pordioses, ¡qué barbaridad!, ¿cómo puede ser?... y después la indignación se esfumará cuando el conductor pase sin solución de continuidad a “otro tema”.
Aparecerán entonces la recomendación del uso de un jarabe expectorante, una toma de rehenes, una pomada hemorroidal que da asombrosos resultados, un nuevo cambio de gabinete, las estrategias de la oposición que no deja en claro a qué se opone, los 40 años de la llegada del hombre a la luna, la modelo que sale con el jugador de fútbol, los nuevos clones de Tinelli, las chicas de Berlusconi y la muerte de Michael Jackson... Todo por el mismo precio. Todo envuelto en el mismo paquete.
La noticia del pibe de dos años fusilado por el hambre pasará fugazmente por la pantalla para no poner en riesgo el rating... Se sabe, nadie quiere andar viendo pobres por la tele.
Toda esta mezcolanza contribuye al olvido.
Toda esta fugacidad de las noticias, esta confusión entre lo que es urgente y lo vacuo, hace que lo poco que aparece en los medios de comunicación en referencia al genocidio que nunca acaba; se diluya, se pierda, se olvide...
El pibe que murió desnutrido en General Mosconi, era hijo del cacique Lucio Juan.
El mismo cacique Lucio Juan que había aparecido el pasado 23 de junio en el informe de la agencia de noticias Copenoa reclamando junto a diez comunidades wichí, a la vera de la ruta nacional 34, mejoras en viviendas, salud, trabajo genuino y que llevaba 30 días tomando una válvula de gas que cruza su territorio poblado de precarias viviendas.
El mismo cacique Lucio Juan que mira impotente a las petroleras multinacionales enriqueciéndose, con la anuencia del Estado, arrasando y saqueando las riquezas naturales, contaminando el medio ambiente sin crear fuentes de trabajo ni erradicar la pobreza.
El hijo de dos años del cacique Lucio Juan murió por desnutrición diez días después de ese reclamo que no encontró una respuesta estatal ni la necesaria repercusión mediática.
La doctora Mara Puntano, integrante de la Asociación de Abogados de Derechos Indígenas de Argentina (AADI), se pregunta: ¿Quién escucha el llanto de los niños con hambre en Salta? ¿Qué funcionario responde por su desnutrición y muerte? ¿Qué fiscal o juez promueve acción penal de oficio por la muerte de los niños aborígenes ante el incumplimiento de los deberes de los funcionarios públicos que debieron intervenir garantizando alimentos y asistencia médica a la niñez...?
Las preguntas de la doctora no tienen respuesta.
O tal vez sí... La respuesta es que esas vidas no importan ni a los funcionarios, ni a los fiscales, ni a los jueces, ni al Estado... ¿Y nosotros? ¿Nosotros qué?
Nosotros corremos detrás de los escándalos que nos propone la tele. Escándalos de poca monta. Escándalos de campaña electoral. Noticias fugaces que nos entretienen. Nos distraen.
Mientras tanto; sucede el abandono, el escándalo verdadero, el de los pibes fusilados por el hambre, el de las vidas que no garantizan un buen rating.
Fuente de datos:
Agencia de Noticias Argenpress 13/07/09
Edición: 1556
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