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Por Oscar Taffetani
(APe).- Al Penal de Menores ubicado en Belgrano Norte 810, barrio Centenario, Santiago del Estero, no llegó la campaña electoral. Cientos de miles de boletas con títulos, con nombres, con apellidos y promesas, fueron distribuidas en la ciudad. Muy pronto estarán en su sitio las urnas, las urnas de cartón selladas y precintadas. Finalmente, el domingo, llegarán los votantes, alias la ciudadanía, alias el soberano, a cumplir con su deber y derecho, con su deber-derecho, con su.
La democracia es algo que pasa lejos del Penal de Menores. Porque los menores no votan. Menos que menos, si son menores encausados. Y menos que menos que menos, si son esos changos rebeldes, indisciplinados, que se atreven a protestar y piden que se los trate, vean el tupé, como a seres humanos.
Paradojas y vergüenzas
El gobernador Gerardo Zamora, junto a la Presidenta de la Nación, inauguró este miércoles 24 la planta industrial de NutriSantiago, una panificadora con capacidad para producir 2.400 toneladas de galletitas fortificadas con hierro, zinc y vitaminas. El producto se llama "Letritas" y los propietarios del establecimiento han dicho a la prensa que aspiran a abastecer con él a distintos mercados, del interior y el exterior.
Claro que a quince cuadras de la plaza principal de Santiago del Estero, madre de ciudades, todavía hay familias que no tienen luz eléctrica ni agua potable. "¿Qué libertad puede tener alguien -nos dice una maestra- cuando hasta el agua y la luz las tiene que pedir prestadas?"
El doble crimen de La Dársena (un caso que puso en evidencia, allá por 2003, la estructura feudal, represiva y profundamente injusta de Santiago del Estero) sirvió para terminar con la larga dinastía de los Juárez, del mismo modo que el caso María Soledad, en la Catamarca de los '90, sirvió para terminar con el reinado de la familia Saadi.
Sin embargo, aquella Santiago del Estero feudal, donde el comisario Musa Azar alimentaba a las fieras de su zoológico con carne humana, sigue allí. Del mismo modo, aquella Catamarca feudal y opresiva y fraudulenta que asesinó a María Soledad y a cientos de muchachas como María Soledad, sigue allí.
Hasta el próximo motín
El 5 de noviembre de 2007, en circunstancias confusas (así se dice cuando las fuerzas de seguridad cometen asesinatos) murieron casi 40 internos de un penal de Santiago del Estero que osaron protestar por el maltrato policial y judicial.
La noticia estalló en los medios y el gobernador Zamora se vio obligado a pedir la renuncia del entonces jefe del servicio penitenciario provincial. En su reemplazo, se constituyó un "Comité Provisorio de Diagnóstico y Normalización".
Los medios y la opinión pública del país no volvieron a saber de los penales santiagueños ni de su rutina de tortura y maltrato a los detenidos hasta el pasado 15 de junio de 2009, cuando un amotinamiento de menores desembocó en feroz represión de la policía y de los bomberos, actuando a las órdenes del juez de turno.
Esta nueva fotografía, la del motín de 2009, nos muestra que nada ha cambiado en Santiago del Estero: los expedientes se siguen apilando y demorando, las comisarías siguen funcionando como centros de detención de menores (contra lo establecido por la ley) y los penales, lejos de funcionar como centros de rehabilitación para los presos sociales y presos de la pobreza, son auténticos centros de perversión, donde se acaba con la vida y con el futuro de los detenidos.
¿Va a cambiar algo después del 28 de junio? Permítasenos la duda. El saludable acto democrático de elegir y ser elegidos no basta para transformar un orden de injusticia que se ha consolidado en siglos.
A los días de furia de los débiles y desamparados, a esas gotas rojas que salpican periódicamente las paredes o las baldosas de la cárcel, les siguen otros movimientos, no menos fugaces ni menos repentinos, en los despachos y las oficinas. Cambios de máscara. Cosmética pura.
Y los nombres de los candidatos, esos nombres impresos en letras grandes en las papeletas electorales, serán rápidamente reemplazados por otros nombres, que se agregarán fatalmente al olvido.
Queda la tristeza, eso sí. Un mal que dura cien años.
Edición: 1537
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