Te quiero

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“porque te quiero no te aporreo”

(aforismo implicado)

Denuncian un caso de abuso de la bonaerense
“La policía le pegó y después lo dejó morir”
Nahuel Balssano, de 21 años, fue detenido el 24 de abril. Lo acusaron de haber robado un auto. De la comisaría de Dock Sud salió con graves quemaduras en el cuerpo: la fuerza dijo que se quemó durante un motín. Murió 13 días después.
Sin consuelo. Los padres del joven serán recibidos hoy por el ministro Stornelli.
“La policía le armó la causa, le pegó y lo dejó morir. Lo trataron peor que a un animal. Cada vez que veo un patrullero, tengo terror”. Mientras habla, Esther Giménez, de 52 años, sostiene con fuerza una foto de su hijo Nahuel Balssano, quien murió hace dos semanas por las graves quemaduras que sufrió durante un incendio en la Comisaría 3ª de Dock Sud. La policía le dijo que el chico de 21 años había muerto en un motín después de ser detenido por robar un auto. Pero ella no cree en la escueta versión oficial. Está convencida de que a Nahuel lo mataron.
Su hijo murió 13 días después del incendio en la Clínica del Buen Pastor de Lomas del Mirador. Antes lo habían internado en el Hospital Fiorito.
“Dos vecinos robaron un auto, pero la policía se equivocó. Nahuel estaba en su casa. Una vez detenido, lo retuvieron más de la cuenta en la comisaría. Tampoco está claro si hubo un motín y si el incendio, que lastimó a siete chicos, fue accidental. Estaba en una celda de máxima seguridad. Pedimos que se investigara quién causó el incendio. Lo increíble es que, cuando al chico lo internaron, le comunicaron que quedaba libre. Parecía un chiste. Éste es un caso gravísimo de violencia institucional”, aseguró el abogado de la familia de Nahuel, Mauricio Eiman.
“El crimen de mi hijo es una historia de injusticia, abuso de poder y persecución policial. En lugar de protegerlo, lo mataron. No descansaré en paz hasta que se sepa la verdad”.
(Diario Critica de la Argentina 21/05/09)

(APe).- No es lo mismo irse a que te echen. Y no es lo mismo ser echado que ser empujado. O arrojado sin paracaídas. O tirado del trapecio sin red. No es lo mismo que la vida nos despida a que la muerte nos salude. No es lo mismo morir a que nos maten. No es lo mismo que nos maten a que nos destrocen. No es lo mismo que nos lloren a que nos busquen. No es lo mismo que nos busquen a que nos encuentren quebrados. Pero siempre hay formas en que lo diferente se hace parecido, lo extraño se hace semejante, y hasta lo siniestro puede devenir maravilloso. Yo me desperté pensando en Nahuel. Como el tigre que Jack London contara en su novela “Miguel, perro de circo”, domado por el látigo cruel de su verdugo, nuestro Tigre se encontró con la ferocidad de la cultura represora. La función de verdugo la cumplió con la exasperante impunidad que la caracteriza, el ente residual del terrorismo de estado ahora en democracia. Denominada correctamente “la bonaerense” por jurisdicción territorial, pero erróneamente como policía, porque en realidad ya es un ejército de ocupación. Y el Tigre, nuestro Nahuel, fue quebrado por otros látigos, pero por las mismas crueldades.

“Tus manos son mi caricia mis acordes cotidianos, te quiero porque tus manos trabajan por la justicia”. La sencilla justicia de construir una vida honesta, alegre, sencilla. Sin merecer morir alejado de su familia, en una clínica donde no hubo ningún buen pastor. Con la excepción de un estado violentador de lo que considera son, apenas, sus pobres ovejas. “Si te quiero es porque sos, mi amor mi cómplice y todo y en la calle codo a codo somos mucho más que dos”. La violencia institucionalizada en varias dependencias del estado no se organiza como exceso. Es una sistemática forma para acosar, perseguir y eliminar todo intento de construir la vida que esté por fuera del terror, el sometimiento, la tristeza. Es la planificada destrucción de la dignidad de la vida. “Tus ojos son mi conjuro contra la mala jornada te quiero por tu mirada que mira y siembra futuro”. Ahora solo nos queda mirar su mirada, esa mirada del Tigre en la cual se reflejaban alegrías, proyectos, entusiasmos, deseos. Ese mirar su mirada tendrá la potencia transformadora del recuerdo, mucho antes que se transforme en memoria. “Tu boca que es tuya y mía, tu boca no se equivoca te quiero porque tu boca sabe gritar rebeldía”. Seguirá gritando rebeldía, amor, alegría. Pero tendremos que ayudarlo con nuestras bocas, bien abiertas, sin temerle al grito ni a la puteada. Porque el Tigre seguirá gritando con nosotros. “Y por tu rostro sincero y tu paso vagabundo y tu llanto por el mundo porque sos pueblo te quiero”. Los verdugos de la historia, que son demasiados, que no siempre llevan uniformes, pero que siempre mantienen la uniformidad del pensamiento y acto represor, tienen algo que los une por toda la eternidad: odian al pueblo. No pueden escapar de la maquinaria de construcción de subjetividad en la cual aman, adoran, idealizan a los verdugos. Odian al pueblo y odian todas las formas de felicidad que el pueblo sabe construir. Porque si algo es ajeno a los verdugos es la felicidad. Podrán estar excitados, ansiosos, maníacos, limados, enajenados, alienados, pero nunca podrán ser felices. Lo sepan o no lo sepan, el cerebro de los verdugos también está destruido por el peso de las generaciones muertas. “Y porque amor no es aureola ni cándida moraleja y porque somos pareja que sabe que no está sola”. No están solos. Son pareja porque construyen lo equitativo intentando siempre el extremo límite de la igualdad. Son pareja por pensar que la vida se construye entre pares, en vínculos eróticos y complementarios. Donde nada falta y donde nada sobra. Y porque hay parejas de parejas que construyen vínculos más inclusivos, amplificados, que son los colectivos que autogestionan la propia vida. No los que se apropian de la vida ajena. Con la dignidad de saberse hacedor de lo propio. Sin tener como tiene la clase represora, el hábito permanente de quedarse con lo ajeno. Hábito que en realidad es una adicción y que buenos adictos que son, los verdugos no pueden entender que haya personas que no padezcan esa adicción que a ellos les pudre el alma.

“Te quiero en mi paraíso es decir que en mi país la gente viva feliz aunque no tenga permiso”. Será un paraíso con lágrimas, con dolores vividos como eternos, con rencores que impedirán el descanso. Pero también con otras y otros que dirán una, dos, cien, mil veces que nuestro Tigre, nuestro Nahuel no será olvidado. Y con toda seguridad, con una sonrisa afable y comprensiva, Benedetti lo abrazará al Tigre, le dirá que hace mucho tiempo el negrito Avellaneda está esperando justicia, que Darío y Maxi siguen construyendo barrios y compromiso, y que tantas otras y tantos otros, sólo necesitan de nuestro recuerdo y de nuestra memoria histórica para ser inmortales. Inmortalidad que los verdugos nunca podrán robar. Para los verdugos, hay palabras que no tienen significado alguno. Pero las víctimas en lucha, que no descansarán hasta que haya verdad y justicia, y después quizá tampoco, cantarán todas las veces que lo necesiten y lo deseen: “si te quiero es porque sos, mi amor mi cómplice y todo, y en la calle codo a codo somos mucho más que dos”.

Edición: 1916


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