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Por Alfredo Grande
“si de separarse se trata, prefiero que sea mucho antes de la muerte”
(aforismo implicado)
Informe de situación del Fondo de Población de las Naciones Unidas
Menos del 40% de los hogares argentinos responde hoy al modelo de "familia tipo". El matrimonio con hijos va dejando paso a otras formas de organización familiar.
Las familias han cambiado y los roles de varones y mujeres también. Hoy el hogar constituido por una pareja e hijos perforó el piso del 40%. Y aunque aún es el modelo más común de familia -la primera minoría-, en comparación con la tendencia dominante de una década atrás, va dejando paso a nuevos modos de organización familiar. Esto es lo que detalla el Informe de Situación de la Población Argentina 2008 del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA).
Según el estudio, en un 15,3 por ciento de todos los hogares vive una persona: una viuda o un viudo, un soltero o alguien separado sin hijos. Son los hogares unipersonales en los que, generalmente, viven mujeres solas. En otro 14,1 por ciento de aquellos nuevos hogares vive una pareja sin hijos. Y en el 11,4 por ciento, en respuesta al boom de las separaciones y de los divorcios de las últimas décadas, vive uno de los dos cónyuges con los hijos.
El resto de las familias que no responden al modelo más tradicional son las "extendidas". Allí vive una pareja o una persona sin pareja conviviente con o sin hijos además de la abuela, una tía u otro pariente.
Clarín 23/02/09
(APe).- La Familia siempre fue un valor. Perdón: un VALOR. Quiero decir, algo bueno en sí mismo, que no necesitaba más fundamento que su propia existencia. Estar “en familia”, “con la familia”, era sinónimo de bienestar, alegría, salud. “Ambiente familiar” enfatizaban los carteles de bares y restaurants. Algunos, más audaces, sentenciaban: “coma acá como en su casa”. “La familia unida”, los ravioles domingueros, el infaltable asadito, sin olvidar las nochebuenas con familia ampliada, fueron iconos de las diferentes formas de sacralizar la familia. Diferentes “familias” habitaron los espacios de la radio y la televisión: los Pérez García, la familia Falcón (décadas posteriores verían a los falcon transportar familias destrozadas) los inolvidables Campanelli, incluyendo a la loca familia Adams. La publicidad actual, preocupada por olores, dolores, estreñimientos, fatiga crónica, mosquitos (pero no los que transmiten el dengue), bacterias light (nunca hablar de la tuberculosis en capital federal), celulitis y todos aquellos problemas que no tienen nada que ver con el calentamiento global y la desaparición del agua potable, siguen haciendo palanca en la familia “tipo”. ¿Ahora, qué es una familia tipo? Primero: tiene que tener una clara identificación con patrones de consumo. Segundo: tiene que ser harto evidente que son felices cuando todos son bautizados por los productos que se publicitan. Tercero: no hay erotización vincular porque todo el deseo está en el producto a consumir. El paradigma es el súper héroe berreta Mr. Músculo. Impotente y con una grave neurosis obsesiva, se dedica al acoso de amas de casa mugrientas. En un desplazamiento tibio, les limpia la cocina y se va, lo que confirma el diagnóstico pero impide el tratamiento. En este caso, la familia está subliminalmente aludida por los efectos de extrema suciedad generados por los habitantes invisibles. Pero si algo huele a podrido en Dinamarca, en la actualidad de la Argentina la guerra de la mejor fragancia entre lysoform yglade puede sostener la ilusión del capitalismo inodoro, insípido e incoloro. Y la familia tipo es sustancial al modelo de reproducción de la fuerza de trabajo, que ahora podría, y así lo propongo, bautizarse como “fuerza de consumo potencial”. En realidad, lo que el capitalismo necesita reproducir son consumidores/contribuyentes (gracias al IVA es lo mismo) porque más allá de lo que se produce, alguien tiene que consumirla. El ejército de reserva ya no es más de trabajadores, sino de excluidos del sistema pero que, como los jugadores de fútbol que los técnicos colocan para jugar 6 minutos, están ahí porque apenas baja el índice de indigencia... ¡páfate!, consumen algo. Han pasado los tiempos en que la familia tipo exhibía orgullosa el crucifijo y la exclusiva tarjeta de crédito, icono de su pertenencia a la condición de occidental, cristiana y capitalista. En la actualidad de nuestra cultura, hasta las otrora aristocráticas tarjetas de crédito, que regodeaban a sus felices poseedores con el mandamiento que “pertenecer tiene sus privilegios”, han sufrido una irreversible lumpenización del plástico. La denominada bancarización, incluso de planes sociales, limosnas, estipendios, créditos blandos, garrafas sociales, etc, supone que familia tipo, para una sociedad de este tipo, exige ser poseedor de una o varias tarjetas. Más allá que todos compran en el super justo el día que la promoción no funciona, la familia tipo de hoy incluye el alucinatorio social del consumo fácil. A lo que voy, sin saber si llego, es que la función de la familia era garantizar mediante el matrimonio la transmisión endogámica del patrimonio. O sea: la herencia a generaciones posteriores de la rapiña de las generaciones anteriores. Tarjetas y endeudamiento mediante, los hijos heredan la derrota financiera de los padres. Las extensiones de las tarjetas de crédito sostienen mucho más la trama familiar que la convivencia o los tallarines de la vieja. Estos “nuevos modos de organización familiar” lo son en lo convencional, pero el fundante sigue intacto. Los hogares (no tan dulces por cierto) unipersonales son simultáneos a los tradicionales. La frase “vivimos bajo el mismo techo”, designa las inevitables familias tipo que apenas lo son por conveniencia o real imposibilidad para sostener el “plan B” que los lleve al paraíso del refugio propio. Esperando los créditos del banco hipotecario que los haga “dueños”, muchas familias tipo sucumben al horror cotidiano de sostener convivencias por necesidad y urgencia. Entonces, más allá de porcentajes que nos informan de los devenires cuantitativos de la organización familiar, creo que estamos en condiciones de dar un salto cualitativo para pensar que “otra familia es posible”. Plantear el pasaje del parentesco por lazos de sangre al parentesco por lazos de afinidad. Y el salto de la familia a la familiaridad. La familia, especialmente la “tipo”, ha hecho hegemonía de la familiaridad. “Hogar, dulce hogar” ha sido su jingle preferido. Sin embargo, el abuso sexual, el incesto, la violencia en la familia, casi siempre del varón contra la mujer, todas las formas de hipocresía, de pequeñas y grandes estafas, etc, hace tiempo que impiden conciliar “familia y bienestar” (excluyo deliberadamente la psicosis alucinatoria de la publicidad). Por lo tanto creo que es el momento para un debate sobre cómo sostener familiaridad que es un dispositivo de cuidados, de ternura, de placer, de confianza, de armonía, donde, como canta Serrat, “nos sentimos en buenas manos”. Y no seguir sosteniendo a las peores familias, como los jueces que insisten en revincular a niñas y niños abusados con sus padres. La familiaridad será, entonces, la respuesta política y afectiva a la supremacía de la familia “tipo”, creando una nueva dimensión del cuidado y del amor.
Edición: 1462
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