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Por Oscar Taffetani
(APe).- Entre los hechos sociales y políticos reportados por los medios el último fin de semana se destacaron la rabieta rompecoches de Sandra Capitanich, en el Chaco, y el asesinato de un florista amigo de Susana Giménez, en el conurbano bonaerense.
Sandra Mendoza de Capitanich, ministra de Salud de la provincia chaqueña y esposa del Gobernador, subió a una camioneta 4x4 que tenía para uso oficial y embistió deliberadamente el vehículo de su viceministro (que iba a reemplazarla en el cargo) y otros cinco que descansaban en la cochera del Palacio.
El caso de Gustavo Lanzavecchia, florista personal y amigo de Susana Giménez, es más trágico y doloroso, ya que hallaron su cadáver flotando en la pileta de natación de su casa, en Lomas del Mirador.
Acosada por cámaras y micrófonos, Susana se expresó sin ambages: “Esto no da para más (...) Que no vengan a decir ahora que es un crimen pasional y esas estupideces. Dicen que son menores... bueno... ¡basta con los menores! ¡Basta! Acá tienen que venir leyes más fuertes, y el que mata tiene que morir. (...) A la cana no le tienen miedo ni respeto, porque los menores salen mañana y no hay cárceles y no hay nada (...) Si no lo hace el Gobierno, lo tenemos que hacer nosotros (...) ¡Termínenla con los derechos humanos y las estupideces! ¿Por qué los derechos humanos no los tienen las víctimas?”
Entre pasados y presentes
Susana Giménez es un producto -como ella suele decir- “de la gente”. Más exactamente, es un producto de la TV. Su fortuna personal, que se cuenta en varias decenas de millones de dólares, fue amasada en base a récords de audiencia y a concursos y apuestas telefónicas, algunos de ellos organizados con la coartada de obras de beneficencia.
Sus adeptos y fans incondicionales -que suman centenares de miles- son capaces de perdonarle, como se le perdona a los ídolos, todo: que evada impuestos y derechos de aduana al comprar sus automóviles, por ejemplo; o que despilfarre fortunas en viajes exóticos y en divorcios y culebrones que antes de llegar a los juzgados ya están en las tapas de las revistas.
Durante la última dictadura, mientras miles de jóvenes militantes populares eran secuestrados, torturados y desaparecidos, la actriz Susana Giménez divertía al pueblo con comedias y películas baratas hechas a la medida de aquel país jardín de infantes: “Los hombres sólo piensan en eso” (1976), “El rey de los exhortos” (1979), “A los cirujanos se les va la mano” (1980), etcétera. Por eso no debe asombrarnos que la diva de la TV tenga una mirada frívola y errónea sobre los derechos humanos, y que los entienda como simples discursos esgrimidos en la contienda política.
La situación de los Capitanich no es comparable. Por empezar, tanto Mercedes Mendoza de Capitanich como su marido Jorge Capitanich son más jóvenes que Susana Giménez. Eran menos que adolescentes cuando la rubia de las tandas publicitarias decidió cambiar su flamante delantal de maestra por las plumas del teatro de revistas. Pero además, los Capitanich son funcionarios políticos. Sus sueldos los paga el Estado (es decir, los paga la gente, pero de manera involuntaria).
El ascenso del matrimonio comenzó durante la década de Menem, al revistar Jorge como funcionario provincial en el área de Reforma del Estado primero y como funcionario de Desarrollo Social de la Nación después. Siguió con la elección para Senador de la Nación en 2001 y poco más tarde se coronó con la designación como ministro y super-ministro del presidente Duhalde, en 2002. Y desembocó en 2007 -tras dos intentos fallidos- en la gobernación de la provincia del Chaco. Sandra se lanzó a la política en el regreso de la pareja al Chaco, actuando como legisladora provincial antes de ser nombrada en Salud. La noche del jueves 26 le fue ofrecida -trascendió- una candidatura a diputada nacional, a cambio de su renuncia como ministra. El resto es historia conocida.
Provincias, como áreas de desastre
En un medio chaqueño poco más que inadvertido (el sitio de la Juventud Radical de Barranqueras) se enumeran las irregularidades y asuntos poco trasparentes de la gestión de Capitanich. Se habla del ruinoso contrato con McAir Jet para la explotación de Aerochaco; de sobreprecios en la construcción de la ruta 7; de una amañada licitación para construir el hospital de Castelli; de subsidios a ONG inexistentes o a Fundaciones ligadas a funcionarios; de 11 mil nuevos contratos de empleo público y del incumplimiento del plan para construir 7.031 viviendas en 2008. Ni una sola de esas viviendas -dice la JR de Barranqueras- fue construida.
A las denuncias de los adversarios políticos (que, curiosamente, no tienen espacio en los medios que reciben publicidad oficial) deben sumarse los reportes periódicos del Centro Nelson Mandela, que dan cuenta del abandono mortal que sufren familias aborígenes en el Impenetrable.
Qué decir de la inagotable provincia de Buenos Aires, segundo presupuesto del país, con cordones de pobreza y miseria que igualan los peores índices del África subsahariana. Territorio del paco y de cárceles a cielo abierto, en donde los pibes crecen sin más opción que el delito para sobrevivir.
Cartografías y política
Un diputado nacional con grandes aspiraciones, Francisco de Narváez, está llamando a los bonaerenses a construir lo que ha denominado Mapa del Delito, con las denuncias acumuladas de los vecinos de cada barrio, cada country, cada villa miseria.
Antes que hacer el mapa que propone el Diputado, nos preguntamos, ¿no debería hacerse el Mapa del Hambre? ¿no deberían hacerse el Mapa de la Pobreza, el Mapa del Analfabetismo, el Mapa del Desempleo?
¿Es más fácil matar a un pibe que darle trabajo? ¿Es más fácil penalizarlo o encarcelarlo que darle contención y educación? ¿Es más fácil actuar sobre el efecto instantáneo (electoral) del delito que sobre las raíces y causas de la violencia?
Son preguntas para las que no tienen respuesta los funcionarios 4x4, en el Norte o en el Sur. Ni las tienen los candidatos cibernéticos, de sonrisa a prueba de balas. Y ni siquiera las millonarias -y a veces tristes- divas de la TV.
Edición: 1455
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