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Por Oscar Taffetani
(APe).- Un empresario textil de apellido casi impronunciable (por la cantidad de consonantes) quiso contratar a este humilde escriba, hace mucho, para desarrollar un periódico de distribución gratuita que sólo diera buenas noticias (sic). Una especie de diario de Yrigoyen, pero masivo. Grageas de optimismo que ayudaran a la gente a superar el cotidiano mal trance de encender la tele o abrir un diario para que la realidad lo abofetee a uno apenas comenzado el día.
En rigor, la idea de ese empresario no era muy original. Las Selecciones del Reader’s Digest (extraordinario proyecto comercial norteamericano) ya venían desarrollando algo parecido desde hacía medio siglo, con temas y títulos que invariablemente invitaban a sonreir; tendencia que el viejo Ernesto Sabato supo satirizar en su novela mayor: “Perdí la vista, pero gané un amigo”, escribió. “Su ceguera puede ser una ventaja", escribió también. Y así.
El proyecto de aquel empresario textil (hoy devenido consultor) no pasó de una charla de café. Y es de suponer que otros periodistas, allá por los lejanos ’80, habrán esbozado nuestra misma mueca irónica cuando les hicieron la propuesta.
Sin embargo –rindámonos ante la evidencia- el diario gratuito de las buenas noticias se hizo perfectamente viable en la primera década argentina del siglo XXI. Sólo tenían que encontrarle el novio (o la novia) a la idea. Y la novia llegó (digámoslo con sutileza). Actualmente, buena cantidad de profesionales de la comunicación, en el país, han sido empleados en diarios que sólo proporcionan a la gente buenas noticias.
Desconocemos la eficacia de este tipo de medios para seducir o persuadir a la opinión pública. Pero al menos (pensemos con espíritu gremial) estos diarios de buenas noticias han resuelto los problemas de trabajo de un buen número de colegas.
La parte del INDEC que tiene dulce
Cristina Kirchner anticipó a la prensa, la semana pasada, un dato extraído de la última encuesta de hogares del INDEC, según el cual el índice de desempleo habría bajado en todo el país, durante 2009, hasta el 8,4%.
Un dato que se saca de contexto, como todo el mundo sabe, deja de ser un dato confiable. Por eso, un matutino de la Capital, al día siguiente del anuncio presidencial, le señaló al Gobierno que en el cuarto trimestre de 2008 el índice de desempleo publicado por INDEC estaba en el 7,3%, es decir, era mejor que el anunciado para 2009.
La respuesta oficial fue que 2009 –año de la gran crisis que el país pudo superar gracias a los magníficos y nunca bien ponderados esfuerzos de nuestros pilotos de tormenta- no es para nada comparable a 2008.
Y la réplica opositora a la respuesta oficial fue que el grado de desinversión y salida de la economía global de la Argentina, en los períodos 2008 y 2009, ha sido constante, lo que significa que en términos reales aumentó la desocupación.
¿Cuál será la verdad? ¿Dónde buscar la verdad? O también (perdón por este ataque de realismo): ¿Es que a alguien le interesa decir la verdad?
Prosas del Observatorio
A falta de pan, buenas son tortas, dice un refrán español. Y a falta de un INDEC confiable, buenos son los Observatorios, decimos en un aforismo implicado, de ésos que bien cultiva nuestro colega AG.
“El segmento de la población con más bajo nivel socioeconómico es el que más está sufriendo los efectos de la crisis”, titula el diario La Nación, apoyándose en el análisis que brinda el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina.
“El impacto –leemos- se traduce en un incremento significativo de la tasa de desempleo y en un deterioro de la calidad de las ocupaciones. En concreto: se eleva el porcentaje de personas que están subocupadas en tareas inestables, lo cual se traduciría en un avance del cuentapropismo informal, de tareas muchas veces intermitentes, y disminuye el índice de ocupados plenos en puestos laborales precarios, lo que podría explicarse por destrucción de puestos asalariados en la economía no registrada”.
“Los puestos en negro –agrega el artículo- son más vulnerables por su naturaleza, y también porque los propios empleadores son muchas veces microempresarios vulnerables. Se trata, además, de un segmento que queda al margen de las políticas de protección, como los subsidios otorgados por el Gobierno en los últimos meses a empresas formales que los reciben a cambio de no despedir”.
Más allá del análisis que hacen los especialistas del Observatorio, lo cierto es que con una sintonía que espanta, los grandes medios de comunicación se hallan atrapados por estos días en el culebrón del funcionario Redrado, el culebrón de las (no verificadas) reservas del Banco Central y el culebrón del vicepresidente Cobos, mientras una desocupación feroz, sin números y sin nombre, en un contexto de aumento de precios y ensanche de la brecha salarial, golpea a la puerta en la casa de los trabajadores, disgregando familias y precarizando el empleo en todos los niveles posibles.
Va a seguir esta danza de las mentiras, pensamos. Va a seguir hasta que la realidad, utilizando sus propios medios de difusión (que suelen no ser complacientes) haga aflorar el rostro desdibujado, el rostro negado, indeseable, incómodo, de la verdad.
Edición: 1687
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