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Por Carlos del Frade
(APe).- “Hay más de 20.000 madres en América latina que murieron el año pasado durante el embarazo o el parto, que debieran estar vivas. Perecieron por falta de cobertura médica adecuada, desnutrición, condiciones misérrimas. Treinta de cada 1000 niños no llegaron a los 5 años de edad, por enfermedades de la pobreza. Entre ellas el hambre. Hay nueve millones de niños desnutridos, y otros nueve en riesgo de desnutrición”, dice el economista Bernardo Kliksberg, actual director del Fondo España-PNUD/ONU en su trabajo "Hacia un desarrollo inclusivo en América latina".
Para el especialista no hay duda alguna: “La pobreza no es neutra, mata y enferma”.
Tiene razón. Y la tiene porque la riqueza tampoco es neutra y también mata y enferma.
El primer desaparecido de estos arrabales del mundo, Mariano Moreno, sostuvo que las “riquezas acumuladas en pocas manos son como el agua estancada, pudren todo lo demás”.
Allí está el primer huevo de la primera gallina de estos dolores que suelen aparecer disfrazados de números o estadísticas.
En aquellos tiempos de comunidad con la naturaleza, los pueblos originarios de América latina a los cuales hace mención el artículo, no había pobreza.
Las sociedades construían sistemas de relaciones donde las necesidades eran cubiertas por todos y no había posibilidad alguna de no poder vivir a la altura del proyecto individual y colectivo.
Está en la memoria de cada uno y todos los viejos lugares de la tierra mestiza.
Hasta que Europa descubrió el origen del capitalismo a través de la explotación de los recursos naturales y humanos de África y América.
Hasta allí llegó aquella comunidad con la naturaleza.
Pero hasta ese momento, la tierra, el cosmos, en realidad, era la gran madre, la que nunca estaba ausente frente a las urgencias de sus hijos.
De allí la conocida expresión de “Pachamama”, la madre del tiempo y los lugares, la madre del cosmos y cada una de sus criaturas, de sus seres vivos.
No es una paradoja que los números denuncien que 20 mil madres hayan muerto en cercanías de alumbrar una nueva vida.
Es la condena permanente contra los que alguna vez celebraban la existencia en comunión con la tierra, el aire, el agua y el fuego.
Una celebración que dejaba afuera a la pobreza porque no la producía, porque no la necesitaba para las minorías.
Las madres condenadas del tercer milenio en estos arrabales del mundo son la consecuencia de la matriz del sistema: la riqueza no es neutra, mata y enferma.
Desbocada desde la guerra que estableció contra los habitantes del planeta y la mayoría de sus hijos, la riqueza -corazón, causa y destino del sistema- ahora mata a las portadoras del vientre, a las que llevan el futuro en sus entrañas.
Las madres matadas por los dueños y conductores del sistema son la continuidad de aquel ultraje que comenzó hace más de cinco siglos.
Una masacre precisa, silenciosa, subjetiva, parcial y permanente.
La marca de la riqueza.
Fuente de datos:
La Nación 29-09-09
Edición: 1606
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