La número 9 para el gordo Luis

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Por Néstor Sappietro

(APe).- El gordo Luis era en la barra el más apasionado, el más empecinado, y a la vez, el más torpe de los pibes que pisaron el césped donde se jugaba fútbol en barrio Azcuénaga.

La tragedia del gordo comenzaba con el rito (pagano, si se quiere) del "pan y queso"...
Usted sabe en qué consiste:

Dos jugadores (generalmente son los que mejor conocen al grupo) se colocan enfrentados a una distancia aproximada de tres metros y medio; si se quiere darle a la cosa algo más de suspenso, pueden ser hasta cuatro o cinco metros... Entonces, empiezan a avanzar, uno por vez, talón planta punta, talón planta punta; hasta que uno de los dos alcanza a pisar el pié del otro. Ese, el que pisó primero, gana el privilegio de comenzar a elegir.
En ese instante, preciso y fatal, el gordo Luis se ponía a transpirar su drama. Los elegidos iban pasando uno a uno, y la cara del gordo se llenaba de sombras. Sabía íntimamente que otra vez quedaría para el final. El más humillante de los finales. Era como una puñalada que se clavaba en su orgullo... "¡Al gordo quedátelo vos!"... "¡No, no! ¡Nosotros ya estamos bien!"... Él, entonces, con la cabeza gacha, se encaminaba para el lado donde hacía falta un arquero. Un amigo, de esos que dedican su vida a las definiciones, suele decir que al puesto de arquero no se llega por vocación, sino por frustración... El gordo lo sabía. Se había soñado más de una noche haciendo el gol del triunfo en el minuto noventa...
El asunto era complicado, porque es sabido que quien se asume como tronco la pasa mejor, y hasta puede divertirse; pero éste, vivía enamorado de la pelota. Respiraba fútbol, y no se resignaba a mirar desde atrás... El gordo quería jugar de 9.
Han pasado unos cuantos años y cada día somos más los que terminamos siendo espectadores de partidos que tenemos ganas de jugar. En la cancha de la vida nos ha tocado quedar afuera más de una vez y contemplar impotentes a los inescrupulosos trampeando todas las reglas, y ocupar los lugares desde donde se mueven los hilos del poder, desde donde se decide quién juega y quién no.
En cada esquina de nuestra geografía aparecen pibes a los que el futuro le sacó la tarjeta roja y quedaron fuera del equipo.
Millones de pibes sin la posibilidad de jugar, de reír, de estudiar, de comer, de soñar...
Las cifras del despojo son contundentes...
Seis millones de chicos en la Argentina viven en la pobreza.
Tres millones tienen hambre.
25 recién nacidos mueren por día.
Ese es el partido de la desidia, el que solo juegan los dueños de la pelota.
En ese partido los árbitros nos vienen "tirando al bombo" desde siempre.
Se hacen los otarios, los que nada ven, y amparan a los que vienen con la pierna levantada a la altura del corazón.
Es muy probable que esta crónica no alcance a redimir a todos los que nos opusimos a que el gordo juegue arriba. Es posible, también, que haya pasado demasiado tiempo para merecer una disculpa... De todas maneras sería bueno informarles a todos los gordos Luis nativos y sin opción que existe un lugar donde residen las causas aparentemente perdidas, y allí, hay una camiseta número 9 que les pertenece...
En ese lugar que sirve como resguardo de nuestros sueños más obstinados, se están puliendo algunas reglas del viejo rito del "pan y queso" para que queden afuera de la cancha de una buena vez; el olvido, la soledad y el desamparo.

Edición: 1414


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