El color del hambre


Por Alberto Morlachetti

(APE).- Sánchez Labrador escribía en 1767 que los guaraníes les daban de mamar a sus niños hasta los cuatro años. “Vimos en varias ocasiones a la madre en pie, derecha, y al niño en la misma situación”. El hijo contaba con senos abundantes y una buena nutrición. “No lo hacen así las señoras españolas que los dan a criar a mujeres de castas, mulatas, mestizas y negras”, manifestaba el cronista que extiende su mirada y nos informa que “entre ellos no se ven estebados, contrahechos, ni hombrecillos del codo a la mano”.

Donato Depalma en su trabajo sobre el desarrollo de la pediatría en el pueblo Guaraní escribe que en el cuidado y mantenimiento de prematuros demostraron poseer formas de puericultura avanzada, así como conocimientos de neonatología. Una idea ingeniosa, precursora de las incubadoras actuales, permitía mantener al niño de pretérmino en un ambiente aceptable, para ello lo ubicaban en una cerámica con forma de cántaro en la que previamente colocaban una mullida capa de plumas de pato. Aquella vasija de barro cocido se mantenía cerca del fuego, el que debía permanecer siempre encendido aconsejando tocar al niño lo menos posible. En estos casos la alimentación inicial se aseguraba con miel silvestre diluida (yotey) ofreciéndole días después leche materna. Si por diversos motivos el neonato no succionaba el pecho, dábanle la leche a través del tacupí: una cánula construida con una cañita.

Los alimentos semisólidos -las primeras papillas- las introducimos en occidente allá por el quinto o sexto mes de vida. Los guaraníes lo hacían mas allá del año: la mazamorra, algarroba, mandioca y batata eran previamente masticadas por la madre. Inscriptos en una cultura de inmenso amor a los niños, nunca olvidaron para sus pequeños una canoa con luna, una isla donde refugiar sus fantasmas y el canto de otras lagunas.

El alimento manaba abundante sobre los hijos. Alimentos ricos en proteínas, celulosa, vitaminas e hidratos de carbono. Aquellos niños dormían sobre esteras tejidas con hojas de pindo o pirí. Cuando llegaba el tiempo de las palabras se los educaba en el desprecio por el robo y la envidia, a ser generosos y hospitalarios. Reverenciaban a los ancianos y veneraban a los difuntos.

La muerte de pequeños de origen guaraní por desnutrición es frecuente en la provincia de Misiones. Destacamos las de la comunidad de Fortín Mbororé, asentada en la localidad de Puerto Iguazú, que tuvieron un espacio destacado en las noticias. Mas allá de lo que diga el gobierno, sus estadísticas y su capitalismo incapaz de cualquier “crecimiento del producto amoroso”, que distorsiona el alba, sin llave para glorias o niños dioses de lámparas brillantes que vienen del futuro a través del vientre fresco de las mujeres pürna, las que llevan el fruto.

El 16 de febrero nos enteramos que 3 niños se encuentran internados en el hospital público y de autogestión Samic Eldorado y padecen del mal de los hambrientos. Uno de los niños, José Luis Benítez -de la aldea Perutí de El Alcázar- tiene un año y diez meses y presenta “desnutrición de primer grado” y entró al hospital con diversas infecciones en la piel, confirmó la doctora Norma Vicente. Otros de los niños más niños Graciela Villalba -de un año y dos meses- proviene de la aldea Fortín Mbororé y se encuentra “con un grave cuadro de desnutrición y neumonía”. En tanto Daniel Barreto, de un año y siete meses, “es un desnutrido grave con infección urinaria”.

Si somos una historia, las muertes de niños podían ocurrir en el pueblo guaraní, pero no por desnutrición: ellos no producían hambre, invento de una cultura exótica a sus existencias. Los guaraníes fueron un pueblo generoso que derramaba sobre la infancia los alimentos que producía: el abatí (maíz), el yeti (batata), el curapepé (zapallo) o el mandubí (maní). Cuando más grandes los niños recibían la bendición de los peces que manaban abundantes de los ríos, o de los animales de la selva, que como frutos, estaban al alcance de sus manos.

Memorias de arrope de chañar y del jugo fresco de la chichita. Vidas legendarias que están uniendo en “nosotros sus pedazos”. Si el hambre sabe a Blanco, nuestra contribución no debería ser la de ponerla en el olvido, sino al contrario, liberarla de sus carceleros “civilizados”. Hoy es mañana o cualquier hora enredada en un antiguo reloj de cuerdas que sabe que en cada noche hay un cielo de ojos negros: dos ventanas que no abren a ningún latido.

Fuente de datos: Diario Territorio Digital - Misiones 16-02-06


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