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Por Carlos del Frade
(APE).- La electricidad es un descubrimiento de la segunda mitad del siglo diecinueve pero en ciertas regiones de la Argentina es una ausencia impuesta, una metáfora del desprecio. En el barrio Altos de Choya, en Catamarca, María Evangelina Brizuela vive con sus dos hijos muy chiquitos.
No tienen luz eléctrica porque aquel descubrimiento de hace dos siglos no le está permitido por los que conducen el estado provincial.
En una noche, de las tantas que sobreviven como pueden, los chiquitos estaban durmiendo en su habitación acompañados por la luz de una vela.
Por los movimientos clásicos, típicos y permanentes de las criaturas, la vela cayó sobre un colchón de goma espuma.
El chico de siete años sufrió quemaduras en el cuarenta por ciento de su cuerpo, dicen los partes del Hospital de Niños “Eva Perón”, de San Miguel de Catamarca.
Ahora el pibe está en terapia intensiva, con respirador artificial.
“El estado de salud es delicado, se encuentra con pronóstico reservado y asistido por un respirador”, dijo el médico Ricardo Seco, jefe de terapia intensiva del Hospital de Niños.
En tanto, la casa que era una construcción de cuatro ambientes divididos en bloques con techo de loza terminó en cenizas. El fuego se mostró hambriento de semejante material y en pocos minutos casi todo fue devorado por las brasas.
Si no fuera por la valentía de María Evangelina, los estragos sobre el cuerpo de su hijo hubieran sido peores.
En semejante madrugada de angustia, hubo gestos que hilvanan esperanzas a futuro: recibió la ayuda de sus vecinos que tiraron agua y arena para apagar el fuego, aún a costa de sus propias integridades.
Mientras el pibe se recupera, es necesario volver a las consecuencias del fuego sobre su cuerpo.
Porque no solamente él está en terapia intensiva y con respirador artificial.
El estado catamarqueño muestra su vida latente, casi vegetal, al no poder garantizar que la electricidad, un descubrimiento del siglo diecinueve, esté al alcance de todos.
Porque esa es su función primaria, atender las mínimas necesidades básicas de cada uno y todos los habitantes de la provincia.
La terapia intensiva del estado catamarqueño condena a sus habitantes a estar a pasos de terapias intensivas más concretas y dolorosas.
Una vez más se apelará a la palabra “tragedia”, “drama” y demás sustantivos que sirven para esconder una historia de desprecio para con las mayorías del lugar.
La vela que ardió en Altos de Choya fue prendida por aquellos a quienes les da lo mismo que el pueblo tenga o no tenga electricidad.
El fuego que castigó el cuarenta por ciento del cuerpo de un pibe de siete años no vino de un infierno del Dante ni de las tinieblas de religiones que castigan por si acaso.
Esas llamas arden desde la desidia y el desprecio del estado habitado por personas que suelen olvidar su rol de servidores.
Queda la valentía de María Evangelina, de sus vecinos, el amor de sus chicos y la porfiada pelea de los catamarqueños que no se resignarán a que los avernos estatales se descarguen sobre sus pibes.
Fuente de datos: Diario El Ancasti - Catamarca 23 y 24-01-06
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