Griselda

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Por Carlos del Frade

(APE).- El hambre mata, el hambre es un crimen, dicen ya varias organizaciones sociales y políticas de la Argentina. No es una consigna vacía de contenido, tapahuecos. Al contrario. Es una denuncia, una urgencia vital. Está en juego la vida de los pibes y, de hecho, la vida del sentido existencial de un pueblo.

 

Criminal serial, el hambre tiene cómplices, abrepuertas, peajes que se pasan sin mayores problemas.

Y se mete en lugares de ensueño, estragados por el robo de décadas.

En la tierra roja de la provincia de Misiones, donde el té, la yerba y el tabaco generaron peleas históricas por la reivindicación de los trabajadores, los mismos que fueron protagonistas de cuentos y películas de antología, el hambre se va llevando la vida nueva de los bebés.

En el territorio de esas maravillas del mundo que son las cataratas, el criminal, el hambre, tiene máscaras o se lo encubre buscando culpabilidades donde no están.

La noticia dice que una beba de apenas diecisiete días, Griselda, murió en Oberá como consecuencia de un grave cuadro de desnutrición.

La culpable, según la información y la increíble sagacidad de funcionarios judiciales y policiales, resultó ser la mamá, Ana María, una piba de diecisiete años.

La condenaron porque no supo explicar por qué su nena, a la que ella misma había llevado al centro sanitario de la localidad de San Vicente, tenía deshidratación en tercer grado, desnutrición extrema y daños cerebrales extremos.

A la niña mamá apenas le dio para intentar salvar a su hija con los recursos que tenía. Llevarla a un centro de salud.

Pero a ella, a la niña mamá de diecisiete años, le exigieron explicaciones. Y no las tuvo. Es que acaso, ¿las podía tener, señores funcionarios de la justicia y policía misioneras?.

Entonces ella, la niña mamá está detenida por la muerte de su beba.

No hay mayores datos en torno la origen social y económico de la familia. Apenas están consignados los resultados.

El hambre mata, el hambre es un crimen que tiene cómplices y disfraza su ferocidad.

Encubre y distrae la mirada hacia otras víctimas.

Misiones, según las criteriosas cifras oficiales, acaba de anunciar un crecimiento sostenido de su producto bruto regional.

Sus principales autoridades saludaron los números y lo regaron por la prensa a nivel nacional. Miles de millones de pesos que hablan de cierto esplendor misionero y que contrasta con la realidad de bebas exiliadas del paraíso de la teta y la caricia mucho antes de tiempo y niñas mamás que buscan ayuda y terminan presas.

En esa tierra roja nació cuatro siglos atrás una experiencia social y política que fue barrida de la memoria: el estado de Paracuara, la misiones jesuíticas en donde guaraníes y sacerdotes perseguidos por sus ideas fueron capaces de inventar un lugar en donde la vida pudiera ser una fiesta para cualquier persona, para todos los que nacieran en ese pedacito de cosmos.

El hambre mata, el hambre es un crimen y tiene encubridores que, desde hace siglos, orienta la condena sobre otras víctimas.

Fuente de datos: Diario Popular y Crónica 22-01-06

 


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