La paliza y la cobardía

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Por Carlos del Frade

(APE).- Pleno centro de la ciudad de Rosario, ahora calificada como “la Barcelona argentina”. Un grupo de vecinos enardecidos le quebraron la muñeca de la mano izquierda a un chico de trece años. Había cometido un delito. Hurtó un radiograbador de una inmobiliaria y mereció, entonces, semejante castigo que los vecinos entendieron como justo. Justicia rápida y contundente, sin intervención del Estado ni demoras, expeditiva y violenta.

 

Habrán sentido los vecinos del centro rosarino que de esa manera, romperle la mano a un pibe de trece años, recuperaban algo más que un radiograbador. Es muy posible que sintieran formar parte de un alma colectiva que busca recomponer todo aquello que fue destruido en tantos años.

Justamente allí, en la geografía rosarina. En ese viejo casco céntrico que alguna vez era el corazón de una ciudad industrial y hoy es un lugar de servicios cuyas islas de riquezas definen que seis de cada diez trabajadores esté en negro, una racista definición de explotación laboral en otras palabras. Los vecinos, uno supone, habrán sentido ser protagonista de una reconquista espiritual y colectiva.

“Hicimos justicia”, se habrán dicho y poco pudieron entender cuando un móvil de la patrulla policial les arrebatara al muchacho y lo llevaran al Hospital de Niños “Víctor Vilela”, en el prólogo de la zona sur rosarina.

Pero los vecinos justicieros no se quedaron en el lugar. Huyeron. Quizás porque pensaron que debían seguir alertas para una nueva batalla, como argumenta un viejo dicho popular, aquel que sostiene que “soldado que huye sirve para otra guerra”.

Dicen los medios periodísticos que “fuentes policiales cuentan que cuando el móvil de la Patrulla llegó a San Martín entre 3 de Febrero y 9 de Julio los vecinos se habían esfumado. Tomándose el brazo izquierdo, un chico de 13 años estaba estropeado por los golpes. Todo habría comenzado cuando el pibe con otro menor pasaron por la puerta de una inmobiliaria, de donde tomaron el grabador y corrieron. Los gritos de las víctimas del atraco alertaron a vecinos y peatones que transitaban por San Martín. El menor fue golpeado y cuando llegó el móvil policial tenía la muñeca de su brazo izquierdo fracturada”, describió el cronista.

Cuando la ciudad fue saqueada durante los años noventa, cuando se destruyeron alrededor de cincuenta mil puestos laborales, el puerto que alguna vez fuera el granero del mundo fue privatizado y puesto en manos de lavadores de dinero filipinos y las fábricas y talleres pasaron a convertirse en hoteles de espectros, apenas hubo alguna que otra batalla aislada.

Ese mismo centro de la ex ciudad obrera se convirtió en una triste semblanza de lo que fue. Más melancolía que rebeldía, más complicidad que solidaridad. Más cobardía que exigencia de una vida mejor.

Por eso hay vecinos que eligen pegarle a un pibe de trece años que roba un radiograbador hasta quebrarle una mano, porque no se animan a pelear contra los que son ladrones verdaderamente poderosos y que siguen impunes.

No creen en la justicia ni en las fuerzas de seguridad, pero tampoco son capaces de defender otros ideales y bienes colectivos.

Apenas les da para darle una paliza a un chico y luego salir corriendo. Triste postal de una ciudad que todavía exhibe grandes moretones sociales, producto de otras palizas, de esas que quedan impunes porque tampoco la fuerza del Estado sirvió para proteger a los que son más, a los que buscan ser felices en estas tierras abrazadas por las aguas marrones del río Paraná.

Las palizas anteriores, las impuestas por minorías de privilegio, fueron olvidadas por estos vecinos que ahora eligen castigar a un muchacho de trece años para que comprenda qué es el bien y qué es el mal, qué es lo justo y qué es lo injusto.

Si Rosario es “la Barcelona argentina”, estos vecinos no anuncian el futuro, sino la perpetuidad de robos pasados y no pisados.

Fuente de datos: Diario La Capital - Rosario 18-01-06

 


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