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Por Carlos del Frade
(APE).- Veinticinco mil personas simulan vivir en las cárceles del primer estado de la Argentina, en la provincia de Buenos Aires. A ellas hay que sumarles otros cinco mil seres humanos hacinados en las comisarías.
-Ya no se alojan a los desviados de la norma, sino a jóvenes muy jóvenes, analfabetos o semianalfabetos. Es decir, a los excluidos del sistema -sostiene Juan Scatolini, actual director provincial de Población Carcelaria. Las cifras también describen el universo castigado: el 61 por ciento tiene entre dieciocho y treinta años. Mientras el 68 por ciento está detenido por los delitos de robo, hurto y sus tentativas.
Desde 1999 se aplicó la doble condena contra la pobreza. La primera es el saqueo de las expectativas existenciales y la segunda es la cárcel. En aquellos días, el entonces gobernador, Carlos Ruckauf, sostuvo que “los delincuentes se pudran en la cárcel”. La Legislatura de Buenos Aires, entonces, sancionó quince reformas al código procesal para extender las penas y negar libertades.
Un año después, había 17.567 personas encarceladas.
En noviembre de 2004, eran 31.258. Nueve de cada diez no tiene sentencia firme y tres cuartas partes de semejante población no ha recibido una condena de primera instancia.
Ese es el panorama de la provincia de Buenos Aires, de la realidad intramuros, una consecuencia de la vida robada por las minorías y que explota en las barriadas humildes. La riqueza diseña la geografía humana. En los márgenes, los marginados. Y los marginados condenados a demostrar su inocencia durante todo el tiempo. La marginación doble del sistema, las cárceles y las comisarías, está llena de marginados, de expoliados, de robados mucho antes de nacer. Sin embargo los delincuentes de guante blanco que producen esta doble condena no sufren castigos. Al contrario, siempre hay medios de comunicación dispuestos a multiplicar sus miedos y sus amenazas contra los empobrecidos.
Pero lo que sucede en el primer estado argentino, también sucede en el segundo, en la provincia de Santa Fe.
A mediados de diciembre los internos de la Unidad Penitenciaria de Coronda, calificado como instituto “modelo”, publicaron el primer número de una revista que habla de las relaciones de poder allí dentro.
Fue en Coronda, capital nacional de la frutilla, donde el 11 de abril de 2005, se generó una masacre de catorce seres humanos con rasgos de ejecución selectiva y zona liberada.
De allí la importancia de un medio de comunicación propio que, por primera vez, hable de las relaciones de dominio en el instituto “modelo”.
En diez años, Coronda tuvo 91 muertos.
- ...la cárcel de Coronda sigue siendo un monstruo que en cualquier momento despierta y sigue devorando gente. No es descabellado pensar que quizás dentro de veinte años sea otro museo de la memoria. No precisamente como la Escuela de Mecánica de la Armada y otros centros clandestinos que operaban en la época de la dictadura. Esos lugares trabajaban en la clandestinidad. Hoy dibujan los lugares de detención como si estuvieran dentro de la legalidad, pero en definitiva son instituciones fuera de la ley -escribió con total valentía el interno Jorge Crespillo en la revista “Coronda, ciudad interna”.
Y agregó Crespillo que “lo recién planteado” no sucede solamente en Coronda, “en la provincia de Buenos Aires cada treinta horas muere un interno”.
Para el detenido en Coronda, “las cárceles federales son peores que las de Videla”.
Esta es la realidad de los dos principales estados argentinos. Un problema político que parece seguir la misma lógica que impone el privilegio, la doble condena contra los empobrecidos. Una realidad verificable en las provincias más ricas de la Argentina.
Fuentes de datos: Agencia de Noticias Argenpress 25-12-05 / Revista “Coronda, ciudad interna”, diciembre de 2005
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