La reja

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Por Sandra Russo

(APE).- Hacía calor y era temprano. En la esquina de Okinawa y Solano López, de un barrio humilde de Florencio Varela, un grupo de chicos jugaba a la pelota. Uno de ellos pateó lejos. La pelota fue a parar, como en todos los barrios, como en todos los tiempos, como en todas las películas, como en todos los recuerdos, del otro lado de la reja de una casa. Uno de los chicos, de 14 años, se ofreció a ir a buscarla. Pero ni bien tocó la reja para tomar impulso y saltarla, quedó tieso y tendido sobre la vereda. La reja estaba conectada a un cable de 220 voltios. El chico murió electrocutado.

 

La casa en cuestión estaba deshabitada y en obra. Su dueño, un hombre paraguayo, maestro mayor de obras, 57 años, había electrificado la reja perimetral y nada lo indicaba ni lo avisaba. Era una secreta condena a muerte. Quien tocara esa reja, moriría. No le habían alcanzado ni las rejas en las ventanas, ni la rejas en la puerta de la casa. Electrificó la reja perimetral en un acto de inconciencia mortal, con la intención evidente de que nadie ocupara ni robara esa casa, pero nadie quiso ocupar ni robar esa casa: la descarga eléctrica mató a un chico que quería recuperar una pelota.

Los vecinos reaccionaron con dolor e indignación. Piedras, palos, empujones destruyeron la casa, que estuvo a punto de ser incendiada. El chico fue trasladado al Hospital Evita pero ya era tarde. Estaba muerto.

El dueño de la casa estaba de viaje. Fue ordenada su detención y concretada dos días después. Fue acusado por homicidio simple. No cabe el homicidio culposo: quien electrifica a 220 una reja, lo hace para matar a quien la toque.

Es esperable que esta historia triste y esta muerte absurda estén presentes en los próximos debates, ésos que se desatan cada semana, sobre la inseguridad y sus desgracias. A ese chico de 14 años lo mató sencillamente el miedo ajeno.

Fuente de datos: Diario Clarín 29-12-05

 


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