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Por Carlos del Frade
(APE).- La independencia argentina no fue declarada en Tucumán, sino un año antes, en Arroyo de la China, en lo que se conoce como Concepción del Uruguay, una población bañada por las aguas de aquel río y atravesada de cuchillas breves y cantos de diferentes y multicolores pájaros.
Corría 1815 y los pueblos de las hoy llamadas provincias de Misiones, Corrientes, Chaco, Formosa, Santa Fe, representantes de algunas regiones de Buenos Aires, Córdoba y los orientales que seguían a José Gervasio Artigas, decidieron proclamar la independencia de cualquier nación o interés extranjero y reglamentaron, al mismo tiempo, un sistema de gobierno, político y económico.
Ellos decían que tanto los jueces como los integrantes de los cabildos y los jefes comunales debían rendir cuentas cada seis meses en asambleas populares y si las cosas no tenían nada que ver con la realidad de los representados, debían ser cambiados por otros que surgieran desde las asambleas. Así se hizo y se gobernó en lo que se conoció como la Liga de los Pueblos Libres durante casi un año y medio. Hasta que los portugueses ingresaron con el beneplácito de la burguesía porteña y la complicidad de los ex aliados de Artigas, Estanislao López y Francisco Ramírez.
Pero antes que el sueño artiguista se convirtiera en una postergada necesidad colectiva que llega hasta el presente, también inventaron otra regla para el buen gobierno.
Los funcionarios debían recorrer las distintas comunidades de la Liga para conocer las necesidades del pueblo y para saber si lo que ellos veían como logros se vivía de tal forma en cada región de la tierra libre del sur.
Después vinieron las actas secretas del otro congreso, el de Tucumán que, por exageración de las efemérides, empezó a sesionar el 24 de marzo de 1816. En esos papeles no oficiales, se permitía a los portugueses exterminar la revolución artiguista y apoderarse de la Provincia Oriental.
Desde entonces hasta estos días crepusculares del inicio del tercer milenio, los funcionarios de la Argentina desconocen el mandato popular que nació en Arroyo de la China.
Para ellos, entonces, la realidad es aquella que surge de los números que aparecen frente a sus narices. Y no hay por qué contrastarla con la existencia concreta de los habitantes del colosal país concreto y vital. Alcanza con los números.
En estos días, el gobierno nacional informó que en solamente medio año ya se logró el 80 por ciento del superávit del año.
Un récord en efectividad a la hora de recaudar impuestos. El problema es que esos números que, generalmente, sirven para cumplir con los intereses de la deuda externa, poco o nada tienen que ver con la cotidianeidad de las familias argentinas.
Los funcionarios del gobierno celebran esas cifras. Porque para ellos, la única verdad son los números de esa realidad de papel o computadora.
No hay fantasmas molestos del artiguismo. No hay nadie que obligue a achicar la alegría que despiertan ciertas cifras ante la realidad de los que deberían gozar del mismo beneplácito que alientan los integrantes del gobierno de turno.
Sin embargo, en las propias tierras entrerrianas, allí donde se parió ese sueño colectivo inconcluso de un gobierno verdaderamente representativo de las necesidades existenciales, se podría responder a los números del superávit.
En Concordia, por ejemplo, sobre 42 mil pibes menores de catorce años, 34.062 son pobres. Es decir que el 81 por ciento de los chicos no tienen satisfechas sus principales urgencias vitales.
Para ellos no hay alegría de las cifras, no hay superávit que les modifique su tiempo diario.
Los superávit celebrados en lugares cerrados y lejanos del pueblo que debería tener una vida con posibilidades de ser feliz, terminan siendo la expresión de una política que favorece, entonces, a otros pueblos o a minorías que tienen una escasa representación de los que son más.
Algún días las mayorías volverán a descubrir aquella luminosa experiencia política del artiguismo y entonces se acabarán las falsas y casi obscenas celebraciones de números que desprecian la realidad existencial de los pibes.
Fuente de datos: Diario Clarín 19-07-05
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