Había una vez el peronismo...

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Por Carlos del Frade

(APE).- En menos de una década, la Argentina se quedará sin petróleo. "En unos tres años seremos un país importador neto de crudo", sostuvo el ex secretario de Energía, Daniel Montamat. Las reservas se fueron agotando como consecuencia de la explotación irracional de la empresa que se quedó con el desguace de YPF y no invirtió casi nada en exploración de nuevos pozos petroleros.

 

Jorge Lapeña, presidente del Instituto Argentino de Energía General Mosconi, coincide con el diagnóstico y advierte que "la producción de crudo del país atraviesa la mayor caída de su historia". Sólo hay reservas para entre ocho y nueve años, remarcaron desde su organización.

El gobierno nacional dice que el petróleo alcanzará para diez años más.

En forma paralela se informó que la Argentina perdió 17.440 millones de dólares de renta petrolera entre 1999 y 2004 y se constituyó en el país de la región que menos beneficios obtuvo de las ganancias generada por el petróleo, a pesar del aumento del valor internacional en los últimos años.

Las empresas extranjeras se llevaron el 60 por ciento de las ganancias.

Se llevaron el dinero, el petróleo y aquí va quedando la nada.

Esos números son hijos de una historia perversa.

De la crónica de un país que avanzó en sentido contrario a lo que alguna vez supo tener, como los laureles de su himno.

El cuento sería así.

Había una vez un movimiento político llamado peronismo que dictó una constitución, la del año 1949. En esa época todavía tenía sentido defender lo propio, lo nacional. En esos días de trabajo, obras sociales, vacaciones pagas y proyectos a futuro, se pensaba en los llamados recursos naturales.

“Los minerales, las caídas del agua, los yacimientos de petróleo, carbón y gas, y las demás fuentes naturales de energía, con excepción de los vegetales, debían ser propiedad imprescriptible e inalienable de la Nación, con la correspondiente participación de las provincias en su producto”, decía el artículo 40 de aquella constitución peronista de 1949.

Uno de los principales inspiradores de aquella carta magna era el abogado Arturo Sampay. Para él, “sólo legitimando la actividad económica no usuraria, como se lo propone la reforma constitucional, podrá restablecerse el espíritu económico precapitalista o tradicionalista con lo que la riqueza quedará sometida a una función social, que obliga no sólo a distinguir entre medios lícitos y no lícitos para su adquisición, sino también a discriminar entre intensidad lícita y no lícita en el uso de los medios lícitos. Con este sentido es que la reforma constitucional instaura un orden económico esencialmente anticapitalista”.

Pero aquel peronismo, definido como “el hecho maldito del país burgués”, se convirtió, en los años noventa, en el hecho burgués que maldijo al país.

Que maldijo a sus mayorías y entregó sus riquezas naturales.

La propiedad colectiva se volvió prescriptible y se alienó la Nación.

La constitución de 1949 al revés.

Poco quedó de las ideas de Sampay, tan poco como reservas petroleras.

Riquezas, tierras y minerales en manos de otros. Pobreza y desiertos en las manos de los que son más.

La moraleja del cuento es volver a hacer la historia desde algún movimiento popular que sea capaz de rebelarse ante tanto saqueo organizado, ante tanto traidor que pulula por estas tierras.

Mientras tanto, los que fueron felices y comieron perdices fueron pocos, muy pocos.

La Argentina se quedará sin petróleo en menos de una década.

Brutal paradoja de una historia que avanzó al revés.

Fuente de datos: Diarios Clarín 04-09-05 y El Litoral - Santa Fe 08-09-05

 


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