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Por Carlos del Frade
(APE).- Alexis, Gonzalo, Matías y Carlos, sintieron el silbido del viento y algo pesado, muy pesado, que se les cayó encima. Fue en el barrio de Arana, en el conurbano platense, en la provincia más rica y con más pobres en la Argentina, Buenos Aires. El acusado del delito terminó siendo el viento. Pero la naturaleza no suele producir viviendas de cartones y ladrillos gastados con techos de latas, ni tampoco son las fuerzas planetarias las que cierran fábricas de las que se caen tanques de agua en desuso y en donde las chimeneas que alguna vez llamaban al trabajo, hoy tienen profundas rajaduras que anticipan calamidades y no futuro como cuando convocaban al empleo cotidiano.
La tormenta no fue culpable. Porque, en todo caso, hubo otras tormentas que derrumbaron el techo sobre los cuerpitos de Alexis, Gonzalo, Matías y Carlos, los chicos lastimados en Arana, provincia de Buenos Aires.
Las ráfagas del viento llegaron a soplar con una furia medida en los 70 kilómetros por hora. Viviana Navarro, la mamá de Alexis y Gonzalo, decidió mandarlos a dormir temprano junto a sus dos sobrinitos, Matías y Carlos. Viviana debía seguir al otro día tratando de campear otra tormenta, la que siempre se desata sobre sus magros ingresos provenientes de un plan jefa y jefe de hogar. Una tormenta que no cesa. Que castiga sin piedad cuando se escabullen los 150 pesos.
Al lado de la casa de Viviana se yergue el esqueleto de una fábrica aceitera cerrada. Quedó, como miles de establecimientos similares, vacía, con sus paredes quebrándose de a poco. Una chimenea rajada y un tanque de agua inservibles para la vida, comenzaron a caerse por efecto del paso del tiempo y el desprecio. Se convirtieron, la chimenea y el tanque, en potenciales auxiliares de pesadillas para los vecinos de Arana.
En aquel martes de viento fuerte, el tanque cumplió con su profecía cargada de miedo y angustia. Cayó sobre el techo de la habitación donde dormían los pibes. Alexis, de ocho años, fue el que peor la sacó. Lo internaron en el Hospital de Niños “Sor María Ludovica”, con distintos politraumatismos.
-Pensé que se había volado el techo del baño, pero fui a la pieza y cuando vi lo que había pasado, creí que estaban muertos -contó Viviana a los medios de comunicación.
La mamá, de solamente veinticinco años, quiere que Alexis se ponga bien lo más rápido posible para que vuelva a la escuela. Para que tenga un futuro que lo haga gambetear las tormentas cotidianas que ella debe enfrentar desde hace mucho.
El padre de los chicos no puede pasarle la cuota alimentaria de manera regular porque “a veces tiene trabajos como mueblero y otras veces no”. Sus dos hijos asisten al comedor del barrio, llamado “La divina estrella”.
La casita de la familia de Viviana y sus pibes está en el terreno de la fábrica que cerró hace ya un buen rato. Hasta que el viento no hizo lo suyo, las autoridades municipales no se preocuparon demasiado por los riesgos que corrían los desesperados que buscaron algo parecido a una vivienda en ese esqueleto, documento melancólico de un país saqueado.
Pero ahora sí, cuando la noticia del techo desplomado sobre los cuatro pibes de Arana apareció en los medios, ciertos funcionarios se hicieron presentes y argumentaron atenciones a futuro. “Analizamos la posibilidad de implosionar la chimenea, porque tiene una gran rajadura y es un peligro para estos vecinos”, dijo un tal Luis Patiño, director de Control Urbano platense. Un humanista este Patiño. Si no fuera por el viento del martes y la angustia de cuatro chicos, no hubiera explicado los planes de su repartición para con los vecinos de la aceitera fantasma.
No fue el viento el responsable de las heridas de Alexis ni de la angustia permanente de Viviana, su mamá.
Los culpables son los que desataron las tormentas que todos los días se abaten contra los que son mayoría en estos subsuelos cósmicos.
Pero no pueden con el amor. Viviana insiste en que Alexis, cuando salga del hospital, termine sus estudios y promete como regalo llevarlo a ver a Estudiantes, el club que le ilumina el alma al pibe.
A pesar de esas otras tormentas cotidianas, la fuerza de la vida de los robados de casi todo, sigue enfrentando y gambeteando a los heraldos de la muerte y el poder.
Fuente de datos: Diario Hoy Net - La Plata 25-08-05
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