Castigar

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Por Sandra Russo

(APE).- El Anexo sobre Menores del Informe de la Coordinadora de Trabajo Carcelario (CTC) de Rosario deja constancia del horror. Como resultado de un programa de prevención de VIH-SIDA, se llevaron a cabo durante 2004 exhaustivas encuestas y entrevistas personales en diversos lugares de detención de la zona. El relevamiento indagó sobre varias cuestiones, como adicciones, escolaridad, etc., pero también incluyó preguntas sobre apremios y torturas. De ahí el horror. Los 76 entrevistados menores tienen entre 12 y 18 años.

 

Los chicos privados de libertad se encuentran sometidos a un estado de violencia permanente, de acuerdo al Informe. Los datos que arroja eximen de explicación: el 61% de ellos fue herido con armas, blancas, de fuego y ambas, en ese orden. La violencia no proviene solamente del lado policial, sino que es constitutiva del medio en el que esos chicos son internados, comisarías e institutos. Tanto por represión como por grescas y enfrentamientos internos, el resultado es ese 61% de chicos que han pasado al menos por una situación violenta con armas.

En otro párrafo, el Informe explicita las consecuencias específicas de la violencia policial. Apremios y torturas naturalizados como métodos de control sobre la población carcelaria menor de edad. Prácticas que están tan naturalizadas que ni siquiera se denuncian, aunque por otra parte, ¿a quién, ante quién denunciarlas? En general los apremios se producen al momento de la detención. Pero también se registran golpes durante requisas y motines. Nada menos que el 95% de los chicos encuestados afirman haber sido apremiados o torturados. En Informe hace constar que las denuncias de los chicos “fueron ratificadas por detalles de los apremios sufridos”.

No se sale indemne de semejante infierno de degradación y violación de los derechos más elementales. Un 46% de los encuestados refirieron secuelas o diversas incapacidades traducidas en distintas patologías. Dolores en cintura, zona renal, espalda, problemas de articulaciones, dificultades motrices en piernas, marcas de bastones en espalda, rotura de los huesos de la nariz son algunas de las secuelas más comunes. Falta de aire, pérdida de piezas dentarias, cicatrices en la cabeza, dolor en las costillas al respirar, traumatismo de cráneo. Otras secuelas. Pero no es todo. Como los apremios no se denuncian, tampoco las secuelas se tratan, de modo que todo este terrible paquete de afecciones no se cura ni se alivia, convirtiendo la vida cotidiana en un dolor horizontal que se va prolongando en el tiempo. ¿Y la mente? El Informe no detalla qué pasa con las psiquis de esos chicos de 12 a 18 años sometidos al rigor de una violencia bestial. ¿Qué pasará en esas mentes? ¿Cómo se tramitará el trauma de estar atrapado en una ratonera, sin defensa y a expensas de un sistema que incluye estos grados de crueldad?

“Entran por una puerta y salen por la otra” es una frase que a fuerza de ser repetida es aceptada por amplios sectores que reniegan de la “inimputabilidad”. Pero esa palabra no significa en absoluto que el Estado, tal como están las leyes, no castigue, y de este modo brutal, a los menores sospechosos de delinquir. Los castiga, cómo no, y según el Informe, los violenta, los apremia y los tortura, lo cual en otras palabras significa que ya desde los 12 años les cierra definitivamente la puerta en la cara.

Fuente de datos: Informe de la Coordinadora de Trabajo Carcelario - Rosario - Agosto 2005

 


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