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Por Sandra Russo
(APE).- Los números son redondos: 40 kilos de alimentos putrefactos por orina de ratas fueron un golpe demoledor en una provincia como Entre Ríos, con otros números pasmosos. 250 mil chicos pobres. 125 mil en estado de indigencia. 190 mil en riesgo nutricional.
Estos últimos datos fueron incorporados al documento emitido en la Marcha de los Chicos del Pueblo, que tuvo lugar desde el 20 de junio al 1 de julio. El primero, el de la comida abandonada en depósitos del Ministerio de Acción Social en la sede del Ejército de Paraná y orinada por ratas, proviene y generó un escándalo que terminó con la renuncia de la ministra del área, Graciela Degani. El golpe demoledor no necesita explicación: ¿cómo se explica que en una provincia con índices altísimos de hambrientos los funcionarios dispongan de alimentos que no llegan a sus destinatarios naturales y que, en el acopio negligente, permitan su putrefacción? Algo más que comida es lo que está podrido en la provincia.
El gobierno del justicialista Jorge Busti agitó la renuncia de Degani pero quedó debiendo una explicación que va mucho más allá de lo horrendamente anecdótico que puede tener el hallazgo de los alimentos en mal estado. Por debajo de este incidente corre el lastre de la política de siempre, la que se mueve y anuda en los arreglos superestructurales y apoyos personales, y se desentiende de los ciudadanos, porque eso es lo que son los 250 mil chicos pobres que ostenta Entre Ríos: además de víctimas de una inequidad imperdonable, son ciudadanos defraudados.
La provincia no sólo ostenta pobres. De manera paradójica y perversa, también ostenta superávit: 53 millones de pesos que registraron datos oficiales. Por primera vez en décadas, ese saldo económico favorable se meneó como una prueba ¿de qué? ¿Cómo puede un gobierno provincial ahorrar dinero y almacenar alimentos hasta dejarlos pudrir cuando sus chicos se van a dormir con hambre? ¿Cuál es el argumento razonable para explicar que se ahorra a costillas de quienes tienen trasparentes las propias a fuerza de no tener qué comer?
Los 53 millones de superávit fueron record en la provincia que, por otra parte, recibe también fondos de coparticipación inéditos. En los primeros seis meses de 2005, llegaron allí 1.326 millones de pesos, para sumarse a los 416 millones de recaudación local. ¿Algunas provincias argentinas entraron de pronto y sin aviso en una nube de bonanza y riqueza que permitiría presumir una mejora acorde en la calidad de vida de sus habitantes? No. La pobreza no se mueve, y si lo hace es para arriba en las estadísticas y para abajo en la vida real de millones de personas de todas las edades. Leves mejoras en los sueldos más bajos, caída de los salarios medios, más números: el salario cayó un 33% frente al índice de inflación del 55%. Los guarismos económicos hablan de una sociedad esquizofrénica en la que los números relatan dos historias distintas, como si los entrerrianos no vivieran en Entre Ríos sino en su propia desgracia. Con el 75% de chicos concordienses en estado de pobreza (uno de los porcentajes más altos del país), con el 70% de habitantes mayores de 20 años sin la escuela secundaria cursada, se agita el superávit como un éxito indescifrable: la estructura de la pobreza ha sido aceptada por esta política como una montaña, un río, un pantano. Está ahí, estará ahí. Por eso, los alimentos podridos en el depósito de Paraná lo que están diciendo es lo que ya se sabe pero en Entre Ríos se vio: comida hay, hambrientos hay. Lo que no hay es voluntad política de poner en contacto a la comida con los hambrientos.
Fuente de datos: Diario Cronista Regional 11-07-05
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