Infantilización de la pobreza

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Por Claudio Lozano

(APE).- La exhibición sistemática de los indicadores que señalan la recuperación de la economía argentina, se articulan con un discurso público que pretende reconstruir, vanamente, la idea de futuro. La macroeconomía convencional intenta, escudada tras los datos de incremento del Producto Bruto, ocultar el modo en que cotidianamente asesinamos la perspectiva de nuestra Nación y de nuestra gente.

Se pasa por alto un dato elemental: según el INDEC el 56,4% de los menores de 18 años son pobres (7.730.708) y el 23,6% son indigentes (3.234.835). Datos que el propio organismo recoge en base a metodologías atrasadas ya que las más actuales no han sido habilitadas para su uso. En este sentido, la línea de pobreza para una familia tipo que hoy se ubica en $ 780, al utilizar las encuestas más actualizadas no baja de los $ 1.100 y condena a la pobreza a más del 70% de la población infantil.

La “infantilización de la pobreza” es el rasgo central de una Argentina impresentable desde un punto de vista ético y moral. Es también la clave para interpretar la realidad destruyendo las falacias del neoliberalismo o del actual discurso neodesarrollista (Lavagna) que, bajo otra modalidad pretende reinstituir la vieja y falsa teoría del derrame.

Desde un punto de vista estrictamente económico, que más de la mitad de la población infantil sea pobre supone que en el futuro la capacidad de producción por hombre en nuestro país será menor. En un mundo signado por el cambio tecnológico y donde el conocimiento es la clave del desarrollo, esto determina que si no se modifica esta situación, en la Argentina del futuro, no sólo no habrá derrame alguno en términos de mejora social, sino que nos estamos internando peligrosamente en una verdadera “trampa de la pobreza”. Es decir, que como somos pobres hoy, seremos más pobres mañana.

Este crudo señalamiento debe ser puesto en línea con una evidencia objetiva.

Argentina no es un país africano ni un país asiático como Nepal. Su capacidad económica no justifica lo que ocurre. La sola comparación de lo que consumen hoy los hogares argentinos con el valor actual de la canasta de pobreza indica que en Argentina los hogares consumen lo suficiente como para que 110 millones de personas no sean pobres. Si somos 37 millones de habitantes y 16 millones de pobres, esto quiere decir que mientras algunos hogares se quedan con muchas canastas, otros no tienen ninguna. Puesto en estos términos, el problema argentino no es la ausencia de una capacidad objetiva que debe resolverse incrementando la riqueza que se produce, sino la consecuencia de la matriz de profunda desigualdad que organiza hoy su funcionamiento económico. Es el déficit que exhibe el representante del interés público (el Estado) en sus modos de intervención en el proceso de producción y distribución de la riqueza nacional.

Hace tiempo, desde la CTA y en el marco del Frente Nacional contra la Pobreza, hemos propuesto un modo concreto de intervenir en la situación de los pibes. Dijimos que es imprescindible reemplazar el actual sistema de Asignaciones Familiares (que paga a los pibes sólo si el padre es un trabajador registrado) por la vigencia de una Asignación Universal por Hijo que se entregue articulada con el chequeo sanitario durante los primeros años de vida del chico y vinculada a la participación en el ciclo escolar durante el resto. Esto permitiría transferir ingresos de manera universal al conjunto de los hogares y al mismo tiempo posibilitaría impactar progresivamente sobre los más necesitados ya que mientras el promedio de hijos por hogar es para el conjunto de la población de 1,1, para los hogares pobres es de 2,6 y para los indigentes de 3.

Ingresos, salud y educación para nuestros pibes constituyen la clave para afirmar el futuro en la Argentina. Asignando $150 por pibe mensualmente desaparecería el hambre en la Argentina. El hambre es un crimen, ya no hay excusa, sólo falta tener la decisión política de no seguir cometiéndolo.

 


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