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Por Carlos del Frade
(APE).- Hasta fines de 2004, la basura de 800 mil tucumanos iba a parar al barrio Los Vázquez. Fue entonces que por decisiones políticas varias, los residuos se trasladaron a Pacará Pintado. Centenares de familias se quedaron sin trabajo. Eran cirujas desocupados. Los empujaron hacia abajo desde el último escalón del mercado laboral legal.
Dentro de poco tiempo terminarán los subsidios de 280 pesos por grupo familiar. Sin trabajo, ni futuro, los días están lejos de ser un motivo de fiesta para miles de pibes tucumanos. Una vez más. Como tantas otras veces en la historia reciente, los chicos de la provincia de Tucumán serán las postales del Apocalipsis creado por los pocos dueños de casi todo.
Estela Amaya tiene veintidós años y forma parte de ese barrio ninguneado. Cuenta que a su marido le secuestraron el caballo y tuvo que pagar una multa de 180 pesos.
Su mamá, Cirila Escobar, vive en una habitación donde varios cartones simulan ser el techo que no existe. “Cuando llueve nos metemos debajo de la cama, tiramos la ropa en la cama y encima un nylon porque entra agua por todos lados. Se hace un barrial adentro... Ya me cansé de andar rogando. Tengo el plan Mamita, me dan cada dos meses 150 pesos, con eso saco fiado y cuando cobro pago todo de una sola vez. Pero en el almacén no me fían más que eso. ¿A dónde me voy a ir?, encima a esta casa no se la puede desarmar”, dice la mujer ante una consulta periodística.
Sus tres hijos duermen y sueñan, casi con seguridad, con algún lugar calentito donde poder jugar y escuchar sus propias risas.
¿Por qué pasan estas cosas en la cuna de la independencia argentina?
¿Por qué el lugar que abrigó el sueño de la felicidad de las mayorías del país que todavía no era se convirtió en la repetida fuente informativa de estragadas existencias de pibes y familias?
Dicen Eduardo Rosenvaig y Horacio Lobo en su libro “Quimeras y pesadillas” que “a la distancia, América latina se advierte como un territorio de quimeras y pesadillas. No sabemos por qué ese espacio que los incas llamaron algo parecido a Tucumán, desde hace décadas reúne todos los tonos de las quimeras y las pesadillas argentinas. Los concentra así, a contraluz, en carne viva”, comienza diciendo el prólogo.
Señalan un código genético que sirve para entender, tal vez, no solamente el caso tucumano sino de varias provincias: “La constitución de 1907 y sus poderes estaban tan estrechamente adheridos a la estructura del azúcar que era imposible entender el uno sin el otro. El poder ejecutivo era una oficina de propietarios y administradores de ingenios; el poder legislativo un club de debates de las fábricas; el poder judicial un teatro lírico para la aristocracia de toga, de antiguos apellidos e hijos tercerones, a los que no tocaba ya lugar en los directorios centrales del azúcar. Oficina, club y teatro eran los tres poderes”, graficaron los investigadores tucumanos.
Y remarcaron que “a este Macondo superado se llega por una serie inaudita de saqueos en vasta escala. El mundo desarrollado que explota a la periferia, Buenos Aires que reproduce esa filiación explotando al interior del país, la ciudad de San Miguel doblemente explotada que saquea a los distintos tipos de las campañas, los centros de las campañas que explotan a sus periferias departamentales. La escalada de la miseria e indefensión corre en ese mismo sentido topográfico”.
Apuntaron como profecía de la pesadilla cumplida que “la catástrofe fue inverosímil”.
La continuidad de esa catástrofe no natural, sino artificial e impuesta es la que se observa en esta serie de informaciones que explotan en la carne viva de la historia del país, los pibes tucumanos.
Desde aquella casita en donde se juró la independencia de toda potencia extranjera a la realidad de principios del tercer milenio, el sueño de la felicidad fue saqueado.
Habrá que recuperarlo para que pueda ser acunado en una cama de trabajo y amor, de ternuras y diálogos hoy ausentes.
Pero la recuperación del sueño de la casita de Tucumán será posible si los responsables del robo y la pesadilla, alguna vez, sienten la presencia de una justicia que responda a los que son más y no a los socios privilegiados de los dueños de casi todo.
Mientras tanto, los pibes tucumanos merecen la urgencia de los que todavía sienten necesidad de un mundo distinto.
Fuente de datos: Diario El Siglo Web - Tucumán 21-04-05
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