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Por Alberto Morlachetti
(APE).- Lo que se disfraza de sentido, la tendencia pertinaz de capitales y capitalistas de extender y difundir el pensamiento único, la verdad única, el mercado único, el mundo único, nos ha hecho devenir en sociedades desalmadas. Sin utopías y desterrada la belleza cualquier alambrado le duele al horizonte.
La universalización de un único concepto de lo justo no ha remediado las injusticias sino que las ha agravado. Savater sostenía que se ha aniquilado o desfigurado la pluralidad de identidades culturales hasta someterlas todas a un proyecto general según el modelo occidental -más específicamente norteamericano- basado en el individualismo posesivo, el utilitarismo, el consumo y la trivialización espectacular de la vida espiritual. Como cuando se abre una flor y revela el corazón que no tiene.
Jean Ziegler, comisionado especial de la ONU, denuncia con lenguaje numérico que lo que ganan en un año 2500 millones de personas en el mundo no alcanzan a la fortuna actual de las 225 personas más ricas de este mundo. Concentración notable y alucinante de la riqueza. Según Naciones Unidas 800 millones pasan hambre y 500 millones sufren malnutrición crónica. Una división para eruditos de la miseria: lo que separa a unos de otros es siempre una travesura estadística que generalmente suele ser un miserable plato de sopa. Digamos que la cifra de los desesperanzados llega a los 1300 millones. Cifra que aumenta según pasan las horas: el mundo es la conveniencia universal de unas cuantas personas.
La mundialización -dice Pérez Gómez- vuelve a romper el delicado y creativo equilibrio entre universalidad y diversidad cultural al disolver el enriquecedor movimiento dialéctico entre los individuos dentro de su cultura y entre las culturas que pugnan o encantan para ser universales. El individuo se hace humano porque pertenece a una cultura concreta, no por estar dotado de la capacidad abstracta de pertenecer a cualquiera. El hombre se encuentra en una ciudad anónima que no puede mirar ni acariciar, que no tiene calles ni ríos ni rostros. La pequeña aldea donde sobrevive -luces dispersas de antiguas estrellas- es un espacio que está en ruinas. Sólo las nostalgias de las esquinas que llaman a sus tiernos almacenes.
El mito no debe considerarse peligroso sino cuando desborda su territorio, cuando se convierte en sustituto de la razón, imponiendo como certezas incuestionables para todos y para siempre sus concretas y peculiares formulaciones, ritos y normas de comportamiento. Cuando se transforma en dogma o inquisición reduce a los pueblos a servidumbre o mata. Se impone a cualquier precio.
Sin embargo las palabras -escribe Foucault- pueden abrirse y liberar el vuelo de todos los nombres depositados en ellas. Rimbaud proclamaba en las barricadas de la Comuna de París en 1870: ¡Cambiad la vida! Yo creo todavía que vale la pena seguir intentándolo.
Fuente de datos: Diario Página/12 09-04-05 / Ziegler, Jean “Los Nuevos Amos del Mundo”, Ediciones Destino
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