Qué quiere decir “inversión”

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Por Sandra Russo

(APE).- De las quinientas principales empresas radicadas en la Argentina, solamente el 17% está constituida por capitales locales. El 73% pertenece a capitales extranjeros, y el resto a capitales mixtos. ¿Cuáles serán las “empresas a las que les interesa el país” que durante más de una década auspiciaron el discurso neoliberal que no sólo preparó el territorio político, sino además y sobre todo el territorio mental que habilitara y dejara el camino libre para hacer y deshacer a su antojo contratos, licitaciones, pliegos de privatizaciones?

Si uno lo piensa con un poco de perspectiva, claro que les interesaba el país: estaban por comérselo a mordiscones. Ese discurso está hoy destartalado, pero aún hay vestigios, fósiles que permanecen intactos. Por ejemplo, es de ese discurso que se sigue desprendiendo todavía ahora la palabra “inversiones”. Esa palabra tiende a sacralizar acríticamente cualquier interés extranjero en la economía o los negocios argentinos. Se pudo escuchar esa palabra con fruición y hasta con ánimo exaltado cuando recientemente desde el Poder Ejecutivo se llamó a boicotear a las petroleras que habían aumentado los precios. “¡Un país sin inversiones no crece!”, dijo uno, otro, éste, aquel, los que camufladamente siguen sosteniendo la idea de que un país, para crecer, debe ponerse en venta.

Un estudio del Boston Consulting Group y el Banco Mundial, recogido por el Instituto de Estudios de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), señala, además de los datos con los que abre este artículo, que en el año 2003, de cada 100 dólares que entraban a la Argentina, 79 quedaban en poder de las compañías multinacionales: sólo el 21% de lo que el país exporta queda para los argentinos. Y se sabe, por otra parte, que esas empresas extranjeras, que son las que han llevado adelante el fenómeno de concentración de riqueza más grande de la historia, están eximidas, por los pliegos y contratos que les facilitó el menemismo, del pago de algunos de los impuestos que ahogan a las empresas de capitales locales. Dicho en otros términos, los favorecedores de “las inversiones” lograron la paradoja de que los que más ganan estén liberados del pago del impuesto a las Ganancias. ¿Cómo no les iba a interesar el país? Este era un país por cierto interesante. Rico, riquísimo, y poblado por gente cuyo destino era mayoritariamente ser pobre, muy pobre. En ese mismo año, 2003, por cada 37 pesos que recibió el argentino más rico, el más pobre recibió sólo 1. La brecha había comenzado a abrirse mucho antes, pero fue en los ´90 que se convirtió en abismo. En la punta de la pirámide, apenas medio millón es beneficiario del diseño de país que se dibujó a fuerza de repetir hasta el hartazgo que el Estado era innecesario; en la base, ancha, muy ancha, 17 millones reman una clase media pauperizada, 10 millones en la pobreza y 7 millones yacen en la nueva y atroz categoría de indigentes. Este diseño de país no sale de la nada ni es impuesto sin ganadores y perdedores. Está bastante claro que hubo quienes usaron la ineficacia estatal, emparentada con formas burocráticas y anquilosadas de políticas públicas, no para modernizar ni para aceitar la economía, sino para expropiársela en beneficio propio. Es hora de revisar algunas palabras, como “inversiones”. No alcanza con que alguien la pronuncie. Es necesario indagar a qué se llama “inversión”, es necesario desinvestir esa palabra y transparentar su significado. Porque hasta ahora, inversiones hubo, pero trajeron peste.

Fuente de datos: Diario de Cuyo - San Juan 08-04-05

 


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