Sol de pecho

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Por Alberto Morlachetti

(APE).- Nos han dejado solos con los días. Con la mirada fija en un mundo donde todo invita a la dispersión y a la fugacidad. Hemos agotado -quizás- la inalterable suma de veces que te da el destino. Pero hay ciertos momentos de distracción en que algo-alguien nos desvía los ojos de la solemnidad del protocolo cotidiano que nos impone un presente de eternidades, ya despojado de cualquier encanto de futuro.

 

Quizás un detalle o un hecho donde la vida se muestra de pronto en toda su enigmática y descarada espontaneidad. Esa mirada que nos ayude a pulverizar ese espacio -huérfano de emociones- de ofertas y supermercados.

Un instante en que aprendamos a amar lo concreto, a intuir y a analizar y a sentir el caudal insólito de pensamiento y de emoción que atesora un detalle y que nos distrae la mirada de los odios del día y pongamos el acento sobre la belleza de un poema de Vallejos leído hace muchos años atrás.

Dos niños de 7 y 9 años entraron a la escuela Gabriela Mistral, de la calle San Lorenzo 8854 a la que van muchos chicos de los barrios más humildes de la ciudad de Rosario. Rompieron un ventiluz y bajaron al salón 25 caminando sobre vidrios que les produjeron heridas en sus pequeños pies descalzos. Pusieron en dos bolsas juegos de primer grado, maderitas, letras, el abecedario, relata Adriana Alonso docente de quinto año que vive en la misma escuela.

Sorprendidos por la policía en los techos de la escuela fueron detenidos, y llevados a la Sub-Comisaría 22. Los niños manifestaron que vivían en “Mendoza al fondo”, en el murmullo insistente de la miseria. Adriana cuenta que la nena de 9 años “se contorsionaba como para lastimarse”, y “quiso escapar esposada” cuando la trasladaban a la unidad policial. Inscripción corporal de una didáctica brutal en un repliegue siempre posible de la imaginación y de las estrellas.

Algún pueblo originario, en los bellos tiempos del misterio, utilizaban las palabras poéticamente: al cielo lo llamaban “mar de arriba” y al alma “sol del pecho”. La infancia, lugar sagrado para los antiguos, transforma la pura lengua -según Agamben- en discurso humano. La naturaleza en historia. Quizás esos niños buscaban armar algunas palabras con los prójimos que no tienen aula. Escribir amigos, por ejemplo, que en Arahuaco significa “mi otro corazón”. El sueño pertinaz de la vida.

Fuente de datos: Diario La Capital - Rosario 28-03-05


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