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Por Sandra Russo
(APE).- Se preserva su nombre porque tiene 10 años. Va hace poco al colegio del barrio de Colegiales: sus padres lo eligieron porque allí hay comedor. Vive con su familia debajo de una autopista. No agredió a nadie. Pero alrededor suyo estos días se movieron los padres de sus compañeros, los directivos del colegio, miembros del equipo de Orientación Escolar y hasta funcionarios municipales del Consejo de Niños, Niñas y Adolescentes.
Todo el revuelo se armó porque el chico le contó a otro que en su mochila tenía dos cuchillos. Ese otro se lo contó a sus padres. Los padres se dirigieron a la dirección del colegio. El caso terminó en los diarios. El fantasma de la violencia escolar, atizado por las masacres que cada tanto y sin tregua tienen lugar en escuelas norteamericanas, donde púberes nazis brotan psicóticamente y ametrallan, disparan o acuchillan a sus compañeros, encontró eco en el colegio de Colegiales, donde ya nada será igual para este chico.
Muy pronto todo estuvo claro, aunque sea más difícil de digerir socialmente este mínimo escándalo alrededor de un niño de diez años que una de esas masacres que después el cine norteamericano usa para engordar los bolsillos de su industria. Este chico estaba acostumbrado a revolver basura, y encontró dos cuchillos. Los guardó en su mochila con un claro propósito: llevarlos a su casa y usarlos como cubiertos.
Fuentes de la Secretaría de Educación porteña indicaron que “no amenazó a nadie. Es un menor tranquilo, estimado por la directora del establecimiento y por los docentes, y sobre él no hay ninguna queja. El padre, además, entró en contacto con el equipo de Orientación Escolar para relatar lo sucedido y pedir asesoramiento”. También dijeron que el chico proviene de una familia muy pobre, que recibe asistencia estatal para su subsistencia y que incluso el chico fue anotado en ese colegio de doble jornada para asegurar su alimentación. Y finalmente, remarcaron el esfuerzo que hace una familia que vive bajo una autopista para mantener escolarizados a sus hijos.
Los dos cuchillos que el chico encontró y que quiso llevarse a su casa no dañaron a nadie, salvo a él. Quedará marcado por el filo de una diferencia que lo distingue de los otros, de los demás, de sus pares. Será de ahora en más aquel que soñó una mesa tendida, como cualquier mesa en cualquier casa. El que no tiene mesa ni tiene casa. El que debe tener mucha vergüenza.
Fuente de datos: Diarios Infobae y La Nación 22-03-05
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