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Por Sandra Russo
(APE).- Les tiran los restos de lo que recogen en sus jardines; cada vez hay más robos en la zona; los chicos se drogan con bolsitas de pegamento; tienen sexo a la vista de todos; acumulan material inflamable; se bañan a la luz del día y si uno los espía... ¡puede verlos!; tienen mal olor y eso no es todo: atraen a las ratas. Bien: cada una de estas cosas hacen los pobres.
Con cada una de estas horribles cosas ha sido interrumpida la calidad de vida de los vecinos de Villa Pueyrredón, que han decidido tomar el toro por las astas y cortaron durante cuatro horas, un sábado, las vías del ferrocarril Mitre, para que la empresa TBA, a su vez, tome cartas en el asunto y eche de una buena vez a las treinta familias cartoneras que usurparon el predio lindero a la estación.
Las notas de información general de los dos grandes matutinos porteños, Clarín y La Nación, no podrían ser más pródigas en señales de racismo maquillado a duras penas de protesta de ínfimos burgueses alarmados porque “acá se paga impuesto por zona residencial, pero las propiedades bajaron muchísimo” con tanto cartonero suelto. Los vecinos de Villa Pueyrredón fueron consultados y respondieron sin pelos en la lengua: les faltó decir que tanto negro les afea el paisaje.
Las familias afincadas en el predio de TBA llegaron desde Zárate, desde donde al principio llegaban para recolectar cartones. En ese lugar había un lavadero de autos abandonado y allí empezaron a guardar sus carros. De a poco y de a pocos se fueron mudando e instalándose. Los vecinos de la zona residencial vieron venir su pesadilla: los nuevos vecinos traían con ellos la amenaza de villa. Lo que les hizo saltar los tapones fue el proyecto del Gobierno de la Ciudad de instalar un centro de acopio y reciclado de cartones, es decir: legitimar de alguna manera esa presencia extraña, enrarecida, vagamente temible. Fue entonces que adoptando el método de los piqueteros, se lanzaron a cortar las vías, confiados en que una protesta protagonizada por gente de bien iría a dar a buen puerto. El Gobierno de la Ciudad hizo mutis por el foro, pero funcionarios de TBA dieron presente. Gustavo Gago, representante de la empresa, informó que hace un año hay un pedido de desalojo pero dejó entrever que la justicia es lenta. Cuando llegue una nueva orden (ya hubo una, pero el desalojo no pudo concretarse porque entre los ocupantes había varios enfermos), la empresa piensa entregar ese predio a los vecinos (los de bien) en comodato, para que hagan una plaza.
Las crónicas que dan cuenta de la molestia y la irritación que experimentan los vecinos de Villa Pueyrredón por la llegada de las familias cartoneras exudan algo más que temor, o mejor dicho: replican en cada uno de su detalles el temor irracional y racista hacia los pobres. Los vecinos ni los comprenden ni los acompañan en el pedido de un lugar para vivir, ése o uno incluso mejor. Cada comentario va a parar al verdadero lugar mugriento de esta sociedad, el que remite al apellido Cacciatore, un lugar del que surgen ideas que serían celebradas en contextos como éste: ¿qué tal si una noche aparecen camiones y levantan a los pobres, con sus hijos y sus bártulos, y se los llevan lejos, muy lejos, no importa a adónde, y despejan el hermoso paisaje que han alterado con su fealdad?
Fuente de datos: Diarios Clarín y La Nación 23-03-05
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