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Por Alberto Morlachetti
(APE).- Gaspar Martín -que supo ejercer la metafísica en Buenos Aires- pedía que el hombre vuelva a capitalizar siglos, no leguas. Que la vida sea más intensa, no más extensa. Sin embargo algunos hombres se hicieron ricos de espacio, y olvidaron su noble tarea de hacedor de tiempos. El capitalismo se dio a la perversa conquista de las cosas visibles: personas y territorios.
En Brasil dijeron que por lo menos ocho niños han muerto de hambre en el año 2005 en la provincia de Mato Grosso do Sul, en una reserva donde más de 11.000 guaraníes viven confinados y hacinados en un pequeño espacio para 300 personas. Voces de una misma penuria.
La primera víctima de todo genocidio es la verdad pero el suave silencio se llena de raíces: las tierras pertenecen a los antiguos guaraníes por haberlas acariciado durante siglos y expropiadas por hombres de linajes oscuros y antiguas derrotas. El viento, la lluvia y la furia no pudieron borrar el poema escrito en la mirada que los ríos silenciosos diseminaron en las distintas generaciones arropándolas con trajes de semilla profunda. Cuando los nativos balbucean algún reclamo son asesinados por los terratenientes, descendientes de aquellos primeros conquistadores -portadores de frondosos prontuarios- cuya virtud singular fue haber traído la epidemia del hambre desconocida en las sociedades pre-colombinas.
El progreso se debe a la insubordinación que suele ser una calle abierta o un ancho sueño hacia cualquier azar. La evolución de un humilde átomo hasta la última complejidad de la materia hay que atribuirla a cierta desobediencia de las partículas que en algún momento mudaron buscando otros destinos: ¿Cómo una colección de partículas -condenadas a rutina eterna- se hicieron pez, lirio o Aristóteles? Se interroga el sacerdote Ernesto Cardenal.
El desarrollo de la bella condición humana se funda en ese instante estelar en que por primera vez algún hereje pronunció la palabra no, y supo imponerla al colectivo social. Sólo para que nuestros hijos coman el fruto del árbol prohibido que nutre y que enamora.
Si Adán y Eva no hubieran desobedecido, aún estaríamos en “el paraíso” haciendo malabares con unos cocos -como los niños de limosnas en las esquinas- juntando monedas miserables para pagar el peaje que nos permita ingresar a una playa de aguas azules tan ajena como la eternidad.
Fuentes de datos: BBC Mundo.com 06-03-05
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