Litigantes

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Por Sandra Russo

(APE).- Cuando en los postreros ´80 Bernardo Neustadt y Mariano Grondona batallaban sin pausa y sin tregua a favor del achicamiento del Estado y de las privatizaciones, Bernie usaba siempre un recurso retórico ante el que era difícil oponer resistencia: todos los teléfonos son azules y andan mal, decía, palabra más, palabra menos. A usted, ¿no le gustaría poder elegir un teléfono naranja?

Es decir, Neustadt le daba imagen y sonido a la libre competencia que suponía el libre mercado. Varias compañías luchando por las preferencias del usuario implicaban mejora de la oferta. Después de que con Menem la prédica neoliberal no sólo prendió su mecha sino que incendió el país, los argentinos comprobamos que una cosa es la prédica pour la galerie tercermundista, y otra cosa muy distinta fue lo que se hizo. ENTEL finalmente fue desmantelada, pero nadie pudo elegir entre un teléfono azul y otro naranja. Las privatizaciones de los ´90 se llevaron a cabo dispensando al libre mercado de la libre competencia, y obligando a los usuarios a atenerse a la empresa que le tocara en suerte. Petróleo, siderurgia, teléfonos, líneas aéreas, correo, peajes, auditorías, inspecciones, uno tras otro los rubros vitales de la economía fueron cayendo en manos privadas que no vinieron ni a modernizar el país ni a optimizar los recursos. Vinieron exclusivamente a sobornar a los sobornables funcionarios de turno. Y hacer dinero.

En este momento, pese a los visibles y hasta obvios abusos de las empresas privatizadas, una treintena de ellas gestiona ante el CIADI (Centro Internacional de Arreglos de Diferencias relativas a Inversiones) demandas contra el Estado argentino: el total de esas demandas alcanza los 17 mil millones de dólares. Pretenden resarcimientos por la crisis del 2002, que incluyó la devaluación y la pesificación de tarifas. Reclaman, dicho de otra manera, el regreso al “fuera de la regla” que supusieron las privatizaciones, algunos de cuyos términos fueron escandalosos, sino canallas. Por ejemplo, el hecho de que en un país como la Argentina, que durante años mantuvo su inflación en cero, las tarifas se incrementaran de acuerdo a los guarismos de la inflación norteamericana.

Nada dicen de las fabulosas ganancias que obtuvieron antes de la debacle a la que contribuyeron. Telefónica, que demanda en Washington 2.800 millones de dólares, ganó entre 1991 y 2001 un millón de dólares... diarios. Para esas empresas, la Argentina fue un bocado irrepetible que ingirieron con gula. Para los argentinos, el arribo de esas empresas y las condiciones en las que servicios de primera necesidad les fueron entregados, significaron desempleo, pauperización y pobreza estructural. El diseño del país menemista, se sabe, incluyó población sacrificable. La vemos hoy en la calle. Niños, hombres y mujeres ya perdidos y librados a su suerte, sin posibilidades de reinserción laboral, sobreviviendo mientras otros sectores se rearman. La primavera económica actual no los contempla. El tren siguió de largo sin ellos, y no podrán engancharse. En los meses que vienen, presenciaremos otro tipo de batalla. Las empresas se niegan, como perros rabiosos, a soltar el hueso que consiguieron fácil. No entran en la lógica de sus propios países de origen, en los que, ante iguales pretensiones, los respectivos Estados se les reirían en la cara. Y no obstante, aunque una a una sigan litigando o se preparen para levantar petates, el mal que han hecho no se repara. Los excluidos no tienen un tribunal en Washington para plantear sus demandas.

Fuente de datos: Diario La Arena - La Pampa 24-02-05


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