El Bepy XII

Por Angel Fichera

(APe).- En nuestro grupito cada uno tiene su gracia y su desgracia. Siempre despunta alguno con una habilidad especial, una destreza circense que lo representa y enorgullece. Julián logra alargar su lengua hasta lamer la punta de su nariz, Laurita exhibe los dedos del pie pegados como membranas de pato, Jorgito tiene facilidad para ponerse bizco en un instante. Pero el Chicho es el más grande de todos.

 A Chicho le brotan burbujas de los ojos apenas sonríe.

Es tan asombrosa su pericia que anda serio, toda vez que no quiere alarmar a los amigos o ahuyentar a los desconocidos. En la intimidad de su hogar, la cosa es distinta. Su familia lo conoce bien porque ya desde bebé mostraba su buen ánimo, su inclinación natural a la sonrisa fácil y, por lo mismo, su inusitada capacidad para el burbujeo de ojos.

Hay virgencitas que sangran, cristos que lloran, pero lo del Chicho no tiene espectáculo que le compita: es un hecho físico comprobable, que sucede en abundancia, en vivo y en directo, sin intenciones políticas ni religiosas; apto para toda la familia.

No pudiendo, pediatras y oculistas, erradicar su problema, no le ha quedado a sus padres mejor solución que el enseñarle a reprimir su risa, o amargarle la vida, creyendo de ese modo ahorrarle peores males. Así, con una bien intencionada mezcla de cariño y perseverancia, lograron moldearlo en el complicado oficio de la tristeza y la más austera de las parquedades.

Tal estilo de vida, tan severa educación terminó por volverlo en verdad desdichado, aunque esa misma amargura lo dejó muy frágil y prácticamente indefenso ante la menor broma.
Alcanza con el más estúpido de los chistes para hacerlo burbujear a sus anchas.

Resulta muy cómico ver como retuerce todos sus músculos, tratando inútilmente de contener una inevitable carcajada, burbujeando de contento en catarata incontrolable.

Por eso el Chicho es el Chicho. El prodigio de una naturaleza llena de contradicciones y motivo de orgullo para todos los pibes del barrio.

Edición: 2372