Más resultados
Por Sandra Russo
(APE).- Una noticia policial da cuenta de la muerte de tres niños, tres hermanos, en Dock Sud, Avellaneda. Nueve años, seis años, seis meses. Muertos al incendiarse la casilla prefabricada de la calle Manuel Estévez al 800. Eran cuatro, pero el mayor, de 11, se salvó. Escapó por una ventana cuando las llamas ya eran imparables. Que se salvó es una manera de decir. Sobrevivió. Pero cómo salvar la psiquis de un desastre en el que mueren tres hermanos. Qué fantasmas arderán en la memoria de ese chico. Contra qué llamas de su conciencia deberá batallar.
¿Le importa a alguien? Porque parece que los pobres no padecieran traumas. Parece como si las marcas psíquicas del dolor, del miedo, de la culpa, del desamparo fueran patrimonio de otro tipo de gente que puede expurgarlas como está prescripto y previsto: en consultorios de psicólogos de otros barrios, no en Dock Sud, Avellaneda. La madre de los cuatro chicos, María Cabello, los había dejado solos para ir al banco a cobrar su plan social. Los había dejado solos. La frase podría detenerse allí. Seguramente se detendrá allí para María, desde ahora y durante el resto de su vida.
¿Le importa a alguien cómo tramitará esa mujer sin otra posibilidad que la de dejar solos a sus hijos el hecho de que murieran en el incendio de su casa? Estas noticias policiales, ¿cómo siguen? ¿Siguen? ¿O se detienen justo en el momento del desastre? ¿No se congelan, estas noticias desgarradoras, en el exacto momento en el que interviene el forense, en el que llega la policía, en el que alguien se hace cargo de los servicios fúnebres? ¿No hay un tic general que hace que las vidas de esta gente, la que muere y la que sobrevive, precisamente cobre vida apenas con la intervención de la desgracia? ¿No es la desgracia la que les da entidad de vez en cuando? No hay ningún “continuará...” en estas historias. La cámara fotográfica social los capta en el instante del grito del horror, y después vuelve a enfundarse.
Un cortocircuito, aparentemente, fue la causa del incendio. ¿Cuál es el otro cortocircuito que hace que una vez, y otra vez y una vez más haya seres con más alma que otros, con más zonas sensibles, con más capacidad de suscitar respuestas en los otros? Un niño sobrevive a sus tres hermanos porque escapa a tiempo de un incendio que arrasa su casa. Una mujer regresa al hogar y lo ve negro, calcinado, todavía humeante, y descubre que tres de sus cuatro hijos han quedado allí adentro. ¿Cómo sigue esta historia? ¿Quién arrimará consuelo? ¿Quién hará dormir al chico de once años sobre el que sobrevuelan las peores pesadillas? ¿Quién rearmará a la madre para que no enloquezca? ¿Por qué las noticias que dan cuenta de los dolores más primarios y agudos que puede soportar un ser humano, si se trata de un pobre, quedan atrapadas en la anécdota? ¿Qué cortocircuito nos dispensa de darles a estos dramas su verdadera dimensión?
Fuente de datos: Diario Clarín 25-01-05
Suscribite al boletín semanal de la Agencia.
Fundación Pelota de Trapo nació hace décadas para abrigar de las múltiples intemperies a niñas y niños atravesados por diferentes historias de vulnerabilidad social.
Agencia Pelota de Trapo instala su palabra en una sociedad asimétrica, inequitativa, que dejó atrás a la mayoría de nuestros niños y donde los derechos inalienables de la persona humana solo se cumplen para unos pocos elegidos por la suerte