El último malón y la hepatitis

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Por Carlos del Frade

(APE).- “El último malón” fue una de las primeras películas argentinas del siglo XX. Era la verdadera historia de lo sucedido en plena década del veinte, en tiempos alvearistas, cuando un grupo de mocovíes rebeldes intentaron la última resistencia contra los colonos y la usurpación de los riachos y valles costeros de ensueño.

 

El lugar de aquella pelea fue San Javier.

Hoy San Javier no solamente es el nombre de una ciudad, sino también la identidad de uno de los departamentos costeros de la provincia de Santa Fe.

Está muy cerca del pariente del mar, del Paraná, como le decían las naciones indias que alguna vez fueron las dueñas de esas tierras de ensueño, donde las aguas marrones se mezclan con bosques pequeños y el canto de los pájaros alertaba sobre el bullicio de la vida de los pibes y las correrías de otros animales que servían para la economía de los querandíes, quiloasas, corondas y mocovíes que habitaban el lugar que tiene climas distintos a los que dicta el calendario.

Allí, en San Javier, se cultivaba arroz hasta que llegaron los años noventa y la prepotencia de la soja y la impunidad de los malos empresarios borraron con el orgullo del molino y sus trabajadores.

Creció la desocupación y las pibas fueron exiliadas de las escuelas para ingresar en el territorio de los fiolos y otros explotadores.

San Javier se convirtió en otra cosa.

Fue en esos años noventa que vino el mandato divino.

Privatizar todo.

Y así se hizo.

Fue otro malón que arrasó con varias propiedades espirituales y materiales no solamente de San Javier sino de otros lugares del país del sur.

La misma empresa que fue echada por el pueblo boliviano sigue explotando la concesión por treinta años de los servicios de potabilización de agua y cloacas en quince ciudades de la segunda provincia argentina.

Pero hay 360 comunas y 48 municipios.

El agua, tan abundante a pocos pasos de los habitantes de los departamentos costeros, pasó a formar parte de las urgencias cotidianas.

Tan cerca y tan lejos.

En los primeros días de 2005, casi noventa casos de hepatitis A fueron verificados en Romang, departamento San Javier; La Pelada, departamento Las Colonias y Ataliva, departamento Castellanos.

Pero la realidad es un boomerang que exagera a la hora del simbolismo.

Nueve de cada diez casos de hepatitis en Romang se dieron en el barrio “obrero”, ubicado a orillas del río San Javier, tributario del Paraná.

En un barrio donde la desocupación trepa más allá del cincuenta por ciento y en el que se sobrevive con changas varias y aquellas postales de explotación infantil tan recurrente en el centro este de la provincia.

Sin agua en el barrio obrero de los obreros desocupados a metros del río San Javier y un poco más allá el Paraná.

Pura exageración de la realidad para mostrar las consecuencias de las políticas aplicadas en los años noventa.

Las fuentes oficiales del Ministerio de Salud y Medio Ambiente dijeron que la hepatitis llegó invitada por la Cooperativa de Agua de Romang que decidió cortar hace meses el servicio a los desocupados del barrio “obrero”.

“Al tener un 40 por ciento de la población sin agua potable, la hepatitis es uno de los riesgos que se corre, no sólo por ello sino también por la falta de cuidados personales. Esta es una enfermedad de muy simple prevención, donde se corta muy fácil la cadena epidemiológica, con agua y lavados antes y después del uso de sanitarios”, fue la frase que utilizó Daniel Tardivo, subsecretario de Salud de la provincia al descubrir la pólvora en pleno inicio de 2005.

E insistió en una obviedad muy parecida al cinismo al decir que “hay que trabajar para que en los años que vienen esta población tenga acceso a la cobertura de sus necesidades básicas”.

Tardivo, quizás sin saberlo, forma parte del malón que continúa su galope sobre estos arrabales del mundo. De un malón de puro saqueo que ojalá, alguna vez, sea el último.

Fuente de datos: Diarios Rosario/12 y El Litoral 14-01-05


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