La utopía de los jóvenes

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Por Alberto Morlachetti

(APE).- Kafka decía que nuestro mundo es sólo un malhumor de Dios, un mal día. Nuestro tiempo político ofende a los jóvenes. A todos. Incapaz de generar la mínima utopía capaz de navegar en los rápidos pulsos de los jóvenes. Pero los agravia cuando la miseria dispone sus modos de vida. Son concientes de la degradación que los alcanza, la fuga del futuro.

 

El conjunto de narrativas que se oponen y se cruzan respecto a ellos abrigan la ingenua pretensión de un academicismo incontaminado, domiciliado en un territorio sin bandera. Neutralidad que injuria cualquier pretensión de conocimiento. Khalil Gibran decía protegedme de la sabiduría que no llora, de la filosofía que no ríe. El texto social que escriben los jóvenes debe ser leído como formas de actuación política alejadas de nuestros empobrecidos convencionalismos. Decodificar sus mensajes como prácticas meramente delictivas, marginales o carentes de sentido muestra la siempre complicidad de las ciencias sociales con el pensamiento hegemónico.

Ninguna estadística puede capturar lo que siente un joven cuando ve a sus padres -o lo que queda de ellos- vender sus derechos “por un plato flaco de sopa”. Ninguna cifra puede expresar la tristeza de ver a sus hermanos extinguir sus vidas al lado de una montaña de alimentos, tan ajenos como la felicidad que otorga sentido a la vida. Sólo viven una eterna “razzia de sensaciones” como canta Callejeros en la periferia, donde comienzan las cicatrices, o en los territorios prohibidos de la ciudad se resisten a ser “una pasión inútil” o “pobres virtuosos”. Es decir entender y hacer visibles territorios humanos maltratados y silenciados donde no se come y nadie cura. Nombrar los lugares desde donde sus demandas o su vidas cotidianas entran en conflicto con los otros. ¿Mendigar? Es más bello tomar que pedir decía Oscar Wilde. Todos los sueños se escapan en un grito. Qué cielo hay que mirar, canturrea la noche encendida de Villa Celina.

Qué significado puede tener para los jóvenes una democracia -enferma de capitalismo- con representantes políticos corriendo detrás de la corrupción de las monedas. Doscientos pibes crucificados en República de Cromagnón en un pentagrama perverso que ninguna pesadilla pudo imaginar.

Juan Gelman se pregunta, en uno de sus poemas, si el sufrimiento es derrota o batalla. Encrucijada mayor que nos interroga si encallamos la barca en la capitulación, generando siempre “nuda vida”: millones de sobrevivientes pero nunca sujetos alcanzados por el derecho o batallas hasta ahora desconocidas que apuntan a un nuevo contrato social.

Los jóvenes siempre han sido las aguas más claras en los ríos puros-impuros de la condición humana. Se mueven incómodos en el presente y se convierten en la negación más perturbadora, en la rebelión más apasionada contra el sistema. Basta echar una lectura fugaz a los grandes medios de comunicación y su forma de narrar el conflicto social: sobran miedos y la opinión publica es llevada a poner la mira y justificar la represión policial sobre los niños y los jóvenes de la periferia.

La vieja ciudad desaparece, hay que fundar otra, lejos de las viejas ciudades de la muerte. Una batería, un bajo y una guitarra que puntea profundas tristezas atraviesa un racimo de casas bajas en La Matanza. Canta Callejeros en el espacio resbaladizo de una lágrima: “La cerveza, tus ojos, tu rezo. La locura en tu piel”. ¿La vida? La vida es una orden. Ven a bailar conmigo en la tierra de los imbéciles señores de la muerte.


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