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Por Sandra Russo
(APE).- La Rioja, 110 kilómetros al este de la capital provincial. El paraje tiene un nombre que parece elegido por un cínico: La Buena Estrella. La familia Vera estaba integrada por María Quinteros, su marido Manuel Vera, un hijo en común, de 2 años, y los dos hijos mayores de María, Nicolás, de 9, y Facundo, de 7. Todos los días, María mandaba a los chicos mayores a la represa que queda a cien metros de la casa a buscar agua para el consumo familiar: iban y venían cargando el balde de 20 litros.
Como en miles y miles de hogares argentinos en los que no hay agua corriente, los Vera acarreaban el agua y hasta se puede sospechar que deben haberse sentido alguna vez afortunados de que sólo cien metros los separaran de esa fuente artificial cavada para surtir a los habitantes de ese paraje y los alrededores de una necesidad elemental. Agua. Eso mismo por lo que según los analistas de política internacional se desatará en un futuro cercano la próxima y temible guerra. Ya fueron por el petróleo a Oriente Medio. Vendrán por el agua, se escucha decir, y se escucha “vendrán” porque el agua está aquí, en el sur, en estos países cercanos a la Antártida, la mayor reserva de agua dulce del mundo. Pero de eso no escucharon hablar nunca los Vera. Para ellos el agua siempre quedó lejos y cerca. Lejos porque había que ir a buscarla. Cerca porque estaba a cien metros, en la represa. Allí fueron Nicolás y Facundo, arrastrando el balde de 20 litros.
No se sabe si fue porque hacía calor, o si uno de los dos cayó al agua y el otro quiso ayudarlo. La cosa es que se ahogaron. Ahí, en la represa, llena de agua mezclada con barro y renacuajos. Ahí donde el padrastro les había preparado una piedra grande desde la que hicieran pie y pudieran inclinarse lo suficiente como para cargar el balde y no caerse. Pero cayeron. Y se ahogaron.
Al velorio de los dos fueron apenas algunos vecinos. Los dos pequeños ataúdes aparecían en la foto del diario teñidos de una luz cenital. La misma luz que baña a otros que están vivos pero cuya suerte depende del azar. Luz impiadosa que revela que la vida es contingencia: su continuidad solamente se explica por coordenadas favorables. Un traspié, un desliz, un tropiezo, un movimiento en falso, y la vida cede, la vida renuncia. Las de Nicolás y Facundo fueron vidas cortas y escarpadas, como las de otros que cada día deben trepar con las manos y los pies hasta afirmarse en su derecho a seguir vivos. Los diarios enmarcaron la noticia como un “drama familiar”. Los Vera están deshechos, eso es cierto. Pero esto no es un drama familiar. No lo es porque el mismo gesto desesperado de Nicolás y Facundo, las mismas brazadas infructuosas que deben haber dado antes de hundirse, se replica cada día en muchos otros cuya vida es lucha por la vida.
Fuente de datos: Diario Nueva Rioja 06-01-05
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