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Por Alberto Morlachetti
(APE).- En un Editorial del Washington Post (EEUU) de 1896 se podía leer: “Una nueva conciencia parece haberse revelado entre nosotros: la conciencia de la fuerza; y con ella un nuevo deseo; el de hacer gala de ella. Ambición, interés, hambre de tierra (…) estamos animados por una nueva llama. Nos enfrentamos a un extraño destino. El sabor del imperio está en la boca del pueblo, como el sabor de la sangre en la selva. Significa una política imperial: la república renaciente ocupando su puesto entre las naciones armadas…”. Así lo entendió José Martí, quien dijo: “Viví en el monstruo y le conozco las entrañas”.
Rubén Darío, uno de los grandes escritores de América Latina, preocupado por el avance imperial de los Estados Unidos, ponía esperanzas en nuestro país. Escribía en Julio de 1911: “En la balanza que forma el continente americano, es la República Argentina la que hace el contrapeso a la pujanza yanqui, la que salvará el espíritu de la raza y pondrá coto a más que probables y aprobadas tentativas imperialistas. Y hoy por eso el mundo fija la mirada en ese gran país del sur, de apenas siete millones de habitantes, que rivaliza en más de una empresa agraria, pecuniaria o financiera con el otro gran país del Norte cuya población pasa de ochenta millones”.
Quizás, más que una constatación, ese haya sido el deseo del poeta nicaragüense. Nosotros, con la posibilidad cierta de tener un destino y una identidad entre naciones, nos habíamos extasiado con Europa o los Estados Unidos. Sarmiento ante el avance de “la civilización” en el país del norte escribía que dos siglos han bastado para arrear en Estados Unidos a los indígenas “espantarlos como a los búfalos, para someter la tierra a la cultura, por las razas preparadas por Dios para realizarla, que son los perfectos y perfectibles". Alberdi manifestaba es mejor pensarse “retoño europeo en América” que “salvaje americano”.
La lengua española impuesta en América Latina por la conquista no era para Sarmiento “lengua de gobierno”, para agregar, "el inglés es tan rico en producciones de la inteligencia, y el pueblo que lo habla es tan adelantado en gobierno, ciencia y comercio, que los libros de las demás naciones sólo sirven para erudición”. Alberdi diría: “¿Cómo recibir el ejemplo y la acción civilizante de la raza anglosajona sin la posesión general de su lengua?”. Para afirmar que “No debiera darse diploma ni título universitario al joven que no lo hable o escriba”. Borges tiempo después, quería que lo conociesen como a un escritor inglés del siglo XIX.
Esta pobre América que tenía su cultura y que estaba realizando su propia historia y a la que, de pronto, iluminados almirantes, reyes ecuménicos, sabios cardenales, duros guerreros y empecinados catequistas ordenaron: ¡Cambia tu piel! ¡Viste esta ropa! ¡Ama a este Dios! ¡Danza esta música! ¡Vive esta historia! Nuestra pobre América a la que parecía no corresponderle otro destino que el de la imitación irredenta, como lo expresara Homero Manzi, fue extinguiendo su “lugar en el mundo” en una cultura que nos domiciliaba fuera de América Latina.
La Argentina cayó en un abismo hecho de tiempo. El alemán Hans Tietmeyer, el 17 de septiembre (2002), uno de los “notables” de la economía alemana y del FMI, aseguró que la situación Argentina es irrelevante para el futuro de América Latina. “Argentina ha caído en la insignificancia, auto endeudada y posiblemente para siempre". Más allá de la soberbia y de la injusticia del acreedor que trata de llevarse los últimos escombros, el europeo nos devuelve como un espejo una imagen mutilada de nosotros mismos. El mismo Lula -que fue dejando una estela olvidada de pétalos rojos- supo señalar que la republiqueta es el tamaño de nuestras desdichas. Hoy en Madrid, Cristina Fernández de Kirchner -con cierto coraje- manifestó que el FMI fue uno de los protagonistas “estelares en el desastre" y que nuestra dirigencia política fue la “principal responsable” de la tragedia argentina, “de la debacle”.
Despertamos de un sueño que condujo a prosperidades a unos pocos elegidos por la suerte. Sin embargo el “descubrimiento” de nuestra mayor pesadilla fueron esos miles de niños donde el hambre talla los cuerpos con diseños alucinantes.
Scalabrini Ortiz escribía que “es falsa la historia que nos enseñaron”. Falsa las creencias económicas que nos imbuyeron. Volver a la realidad es el imperativo inexcusable. “Para ello es preciso exigirse una virginidad mental a toda costa y una resolución inquebrantable de querer saber exactamente como somos”.
No creemos que haya literatura inocente, aunque las palabras pertenezcan a escritores ilustres. Cuando la dictadura militar convirtió a la Argentina en un genocidio, Borges el 26 de julio de 1976 dirá que su país estaba “recobrado”, para agregar que “tal vez me sea perdonado añadir que descreo de la democracia, ese curioso abuso de la estadística”.
Se abonó el imaginario de palabras, metáforas y erudiciones cuya intencionalidad fue que aceptemos estar de prestado en nuestra propia tierra. Las Generaciones, portadoras del estigma de superioridad, entendieron que esta dilatada cartografía era inútil y no sin impiedad la entregaron a la intemperie y a la muerte solapada.
El asesinato de los inocentes forma parte de una suma de mandamientos contra el milagro de la vida. El 10 de diciembre un informe elaborado por la Correpi (Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional) indica que en los primeros once meses de este año, 131 personas fueron asesinadas por agentes de las fuerzas de seguridad del Estado. Uno de los datos más fuertes del informe es la edad de las víctimas: en el 70,3 por ciento de los casos se trata de jóvenes de entre 14 y 25 años. Goytisolo preguntaría: ¿No sientes como yo, el dolor de su cuerpo repetido en el tuyo? Sin embargo, las fuerzas de seguridad esperan que todo se resuelva en una protesta efímera y en un breve llanto. En última instancia están subordinados a la limpieza de los “indeseables”, como único argumento de la vida social.
Nuestro país, como un hombre vencido y taciturno, convertido en “territorio de duelo” no ha de buscar su futuro en la “civilización” que enterró nuestros sueños, sino en los bordes, allí, donde los hombres nos cuentan -en infinitas lenguas- sus pobrezas y sus esperanzas. Algo nos dice que vendrá un día más puro que los otros, que en la “barbarie” hay semillas de utopía: El trigo crecerá sobre los restos de las armas destruidas.
Fuente de datos: Diarios Página/12 11-12-04 / Clarín 14-12-04
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